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Domingo de la palabra de Dios

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SANABRIA.OBISPOLa Iglesia celebra en este tercer domingo del tiempo ordinario la fiesta de la Palabra de Dios; es una magnífica ocasión para poner de manifiesto el valor tan grande que tiene el Libro Santo, donde encontramos la sabiduría necesaria para enfrentar nuestra vida.

Es válida esta anécdota. Entre los albañiles antiguos de Italia corría esta leyenda: el 10 de mayo de 1861 la ciudad suiza de Glaris ardió. En una de las obras de reconstrucción de la ciudad trabajaba Juan, un joven del norte de Italia, quien picando en una pared quemada encontró una Biblia.

A los dos años volvió a su tierra, Milán, con la empresa para la que trabajaba y le tocó compartir habitación con otro que al ver que Juan leía la Biblia le dijo:
- ¿Tú crees en esas tonterías?
Mira, en cierta ocasión yo puse una como ladrillo en la pared de una casa suiza. ¡Me gustaría saber si ha sido capaz de moverse de allí!
- ¿La reconocerías, si la vieras?, le preguntó Juan, un poco mosqueado.
- Claro, le puse mi nombre y la fecha, contestó el compañero. Juan le pasó la Biblia y al encontrar su nombre y la fecha, el compañero quedó turbado y en silencio. ¡Era exactamente la Biblia que él había colocado en aquella pared suiza!
Y Juan, sereno y sorprendido también, no supo decir más que:
- Como ves, se ha movido y ha vuelto a ti.

La Biblia es exactamente como un ladrillo en la construcción del edificio familiar, social y eclesial. Estas instituciones, para que logren tener solidez y se mantengan en el tiempo, requieren ser edificadas con ladrillos que garanticen la sostenibilidad, la solidez y el aguante ante las arremetidas de las tempestades brutales que buscan destruirlas y que no son pocas ni tampoco se encuentran tan distantes de nuestra realidad. La Biblia es como un ladrillo, llamada a cumplir tres funciones.

La primera función es ser la materia prima para la reconstrucción social. Estamos pasando momentos difíciles en que la familia se desmorona fácilmente; las sociedades no encuentran valores trascendentales que las sostengan; la Iglesia es debilitada internamente por el anti testimonio de quienes la dirigen y de los creyentes, y también es acorralada por la sociedad que no quiere aceptar los principios cristianos que rijan a la sociedad que siempre quiere su propio capricho.

Esa era la situación del pueblo judío en tiempos del profeta Nehemías. El pueblo, que quiere retorna a Jerusalén y reconstruirse como pueblo, apenas está retomando su identidad no cuenta con una cohesión interna y con valores humanos y de fe que le den solidez. Es cuando el profeta convoca al pueblo y el sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la asamblea, formada por los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón… y leyó desde el amanecer hasta el mediodía, en presencia de los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón. Todo el pueblo estaba atento a la lectura del libro de la ley”.

El profeta comienza la labor de explicar el libro Santo de Dios. El profeta nos cuenta que “los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicaban el sentido, de suerte que el pueblo comprendía la lectura” (Neh 8, 6). No necesitamos habladores, necesitamos conocedores de la Palabra de Dios que la enseñen con fidelidad. Eso dice san Lucas, “Yo también, ilustre Teófilo, después de haberme informado minuciosamente de todo, desde sus principios, pensé escribírtelo por orden, para que veas la verdad de lo que se te ha enseñado” (Lc 1, 1 – 2). La verdad de Dios hay que exponerla en orden, en todo su conjunto, y con toda verdad. La Palabra de Dios es fundamental en la construcción familiar, social y eclesial.

La segunda función de la Biblia es dar unidad al pueblo de Dios. Dice san Pablo, “así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros y todos ellos, a pesar de ser muchos, forman un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque todos nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo, y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu”. (1 Cor 12, 12 ss) El mejor ambiente para alimentarnos es el ambiente comunitario, el ambiente de pueblo de Dios. Hablar de cuerpo de Cristo es hablar de comunión entre los que comemos el alimento divino y Dios; es hablar de fraternidad, por un mismo alimento crea entre nosotros un mismo espíritu. Los que se alimentan de Cristo están dispuestos a formar el cuerpo de Cristo, donde cada uno aporta los dones recibidos y los pone al servicio de todos. La unidad se construye cuando hay principios y valores compartidos por todos, La unidad se logra cuando hay un solo propósito que une los corazones. Eso es un logro de la Palabra de Dios que genera unidad entre los creyentes.

La tercera función de la Biblia es invitarnos a construir todo sobre un ladrillo fundamental que es Cristo. Jesús se apropia las palabras de Isaías: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 1, 14 ss). Jesús toma el rollo del profeta Isaías, lo expone y le da cumplimiento La Palabra de Dios es un alimento sólido.

La cuarta función es la edificación del reino de Dios sobre la base de dignidad humana y de la justicia social. Jesús comienza esa labor y a nosotros nos corresponde poner nuestro granito de arena. Jesús ha expuesto que ha venido a mostrar el reino de Dios. El que ha alimentado de Dios no se encierra, no se vuelve egoísta, no anda viendo el diablo en todas partes, eso es fruto de las falsas espiritualidades; sino que sale de su caparazón, de su comodidad y se compromete con la comunidad, con los más pobres, con los que viven en las periferias, y siempre ve en todos a Dios y busca la manera de servirlo. Posteriormente Jesús se nos da él mismo como pan de vida y nos regala los sacramentos. Alimentémonos del cielo para poder transformar la tierra.

 

 

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