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Los sueños misioneros de Jesús

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SANABRIA.OBISPOEstamos apenas comenzando el evangelio de San Juan y Jesús está dando inicio a su actividad evangelizadora. Aparece hoy realizando su primer signo que es la conversión del agua en vino en las bodas de cana de Galilea; Allí, Jesús, en esta fiesta manifiesta lo que será su programa misionero y deja aparecer sus grandes sueños. Los invito a reflexionar en los puntos más importantes del sueño misionero de Jesús.

Soñar es muy importante. No es verdad que los sueños, sueños son. Lo que hoy es una utopía, mañana puede ser una realidad. Sueña con el poeta: Tengo un sueño, un solo sueño: seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad; y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas. Soñar con el amor, con amar y ser amado, dando todo sin medirlo, recibiendo todo sin pedirlo. Soñar con la paz en el mundo, en mi país, en mí mismo… que ¡quién sabe cuál es más difícil de alcanzar! Soñar que tendré la fuerza, la voluntad y el coraje, para ayudar a concretar mis sueños, en lugar de pedir milagros que no merecería. Soñar que, cuando llegue el final, podré decir que viví soñando, y que mi vida fue un sueño soñado en una larga y plácida noche de la eternidad". Bonito ¿verdad? Pues en tus manos está.

Jesús es un soñador y su labor misionera está enfocada a hacer realidad lo que sueña. ¿En qué sueña Jesús? ¿Cuáles son sus sueños misioneros?

Jesús sueña con llenar la vida de amor y de alegría. Dice el evangelio que “se celebraban unas bodas en Caná de Galilea en la cual estaba Jesús invitado y también María (Cfr Jn 2, 1 ss) Él quiere que su presencia sea descubierta en medio de la vida sencilla y ordinaria de las familias y de las personas, que la gente experimenta a un Dios cercano y familiar, a un Dios que vive entre nosotros, a un Dios que se integra y le interesa nuestra vida cotidiana. Jesús comienza a hacer notar su presencia no en el templo y en el culto, sino en una actividad familiar. Jesús inaugura su actividad profética asistiendo a una boda, con una actitud que define su radiante cordialidad social. Con su presencia Jesús viene a bendecir cristianamente una sana participación en un humanísimo encuentro profano y lúdico, de los que tantas veces el ser humano tiene necesidad. Jesús se integra a nuestra vida cotidiana, hace parte de nuestras celebraciones y de nuestros trabajos diarios. La actitud de Jesús en las Bodas sugiere la bendición de la participación en una sana fiesta profana, más allá de lo estrictamente religioso. La vida comprende momentos religiosos y profanos, y en ambos momentos Jesús se interesa y hace presencia

Jesús sueña con familias y comunidades que hacen de su vida una existencia gozosa y feliz compartida con los demás. Jesús no quiere que se acabe el vino que asegura la fiesta de la alegría y del amor. Cuando Cristo se hace presente aparece el júbilo y el gozo. Cuando Jesús acontece se hace más feliz la vida dura y dolorosa que tantas veces atraviesa la existencia humana. Es preciso recuperar esa perspectiva gozosa del evangelio de Jesús, capaz de aliviar el sufrimiento y la dureza de la vida. Jesús da el mejor vino.

Jesús sueña con establecer una relación de amor con la humanidad. Dice el profeta Isaías. “Ya no te llamarán “la abandonada”, ni a tu tierra le dirán “la desolada”, te llamarás “preferida” y “Esposa se llamará tu tierra, porque eres la predilecta del Señor, y él toma a tu tierra por esposa” (Is 62, 1 - 5). Con su participación en las bodas de Caná, Jesús bendice también la realidad humana del matrimonio, recalcando que es algo bello y querido por Dios. El Señor quiere establecer una Alianza de Dios con su pueblo, Jesús quiere casarse por amor con la humanidad. En numerosas ocasiones los profetas expresan la primera Alianza como una relación de amor de esposos entre Dios y el pueblo; un verdadero matrimonio humano ayuda a entender el amor de Dios por su pueblo y de Cristo por su Iglesia; y al mismo tiempo, el amor de Dios por el ser humano y la entrega de Cristo por su Iglesia hasta dar la vida, sirven de modelo para los matrimonios humanos.

Jesús sueña con convertir el agua en vino. El agua representa la Alianza antigua ya caduca que será sustituida por la Nueva Alianza, sellada en la sangre de Cristo. No basta un amor aguado, rebajado en su calidad, se requiere un amor pleno, y desbordante por la humanidad y su entrega en su vida, muerte y resurrección. Con frecuencia vivimos una “religiosidad aguada”, que no aporta alegría ni convence. El evangelio es una invitación a redescubrir la fuerza renovadora de un Cristo vivo que viene a ensanchar la vida del hombre y a sacarlo de su mediocridad. Jesús espera seguidores que sean capaces de entregar hasta su propia sangre como muestra de amor por Él. Una religión sin amor es como unas bodas sin amor. Y muchas veces nos acostumbramos a practicar ese tipo de religión: vacía, sin sentido, sin enamoramiento. Es el sueño de Jesús de ver que todos nos comprometemos en la Iglesia descubriendo nuestro puesto y nuestra misión, a sabiendas de que “En la Iglesia hay diversidad de carismas, pero un solo Espíritu” (1 Cor, 12, 4)

Jesús sueña con que un día lo descubran glorificado. Dice el Salmo que “todos los pueblos han contemplado la gloria del Señor” (Sal 96) Jesús dice que todavía no ha llegado su hora. La hora de Jesús es la hora de su glorificación, el paso de su muerte a la resurrección, el paso de este mundo al Padre, cuando Jesús haya realizado su auténtica misión en la Tierra. María nos ayuda a descubrir a Jesús como el Hijo de Dios Glorificado.

 

 

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