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El bautismo de Jesús rompe las falsas imágenes de Dios

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SANABRIA.OBISPOCelebramos la fiesta del bautismo del Señor con la cual se pone sello de oro a los misterios de la Navidad y se inaugura su misión apostólica. Jesús, desde los inicios de su obra evangelizadora rompe imágenes falsas, tergiversadas o incompletas que existían de Dios. Nos resulta provechoso valernos de esta experiencia.

En Nueva Guinea, cuando los papúes se convertían y deseaban ser bautizados, tenía lugar una gran fiesta, oportunidad en la cual muchos paganos asistían a la ceremonia. El misionero P. Albert Hofman cuenta que lo más importante de ese acontecimiento ocurría la víspera. Se encendía una gran hoguera. Los que habían pedido ser bautizados se acercaban, llevando en sus manos todo lo que había sido objeto de su fetichismo: estatuillas de dioses, amuletos... y echaban todas esas señales de su antigua creencia en las llamas.

Una joven avanzaba con sus estatuillas y amuletos. En el momento en que quiso echarlos en las llamas, algo la retuvo. Retrocedió. Lo intentó y tampoco lo consiguió. Entonces el misionero se acercó a ella y le dijo: Es demasiado difícil para ti romper con todo lo que ha sido hasta ahora tu vida y la de tus antepasados. Tómate unos meses de reflexión y te apuntas para la próxima ceremonia de bautismos. La joven dudó un instante, dio tres rápidos pasos adelante, echó al fuego lo que llevaba y se desmayó. Sólo alguien que ha vivido una verdadera conversión puede comprender la lucha y la emoción de esa mujer.

Este mismo ejercicio lo debemos hacer nosotros hoy, y no se trata de quemar objetos sino las imágenes tergiversadas que tenemos del Dios verdadero. ¿Cuáles son algunas de esas falsas imágenes? Comencemos rompiendo la imagen de un Dios lejano para comenzar a descubrir su cercanía. Dice san Lucas, que siendo bautizado por Juan y “mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: “eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco” (Lc 3, 22).

Jesús, al salir del agua hace oración; hay aquí una bella lección: la oración es el modo de comunicación verdadera con Dios. Jesús hace oración como hombre, para expresar su necesidad humana y su solidaridad con los que le rodean. No se distancia de los pecadores, ni de los que buscan la verdadera felicidad. Jesús da inicio a la tarea de acortar el espacio que hay entre el cielo y la tierra, entre lo divino y lo humano: con El, los cielos se abren y ya no hay distancias insalvables entre Dios y el hombre. Tengamos en cuenta que cuando presentamos prácticas religiosas extrañas que necesitan distancia, estar bien arriba, envueltas en misterios raros para ser más atractivas, no proceden del Dios verdadero, porque el Dios de Jesús es pura cercanía.

Una segunda imagen que debe ser eliminada es la de un dios sediento de culto, para que aparezca el Dios servidor humilde. Dice el libro de los hechos: “Ustedes conocen lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (He10, 37s). Su vocación es servir a lo humano, lo débil. El Bautismo es el momento en el que la realidad de Dios se instala dentro de la historia humana, haciendo de la entrega de Jesús lo único que hace fecunda la vida.

Tercera imagen que debe ser destruida, la de un dios promotor de mundanidad espiritual para que aparezca un Dios liberador y amante de la justicia. La mundanidad espiritual consiste en poner un vestido espiritual a nuestros caprichos, pecados, intereses personales, para hacer ver que somos muy espirituales, pero en realidad muy mundanos. Es lo que cuestiona Francisco de ciertas prácticas religiosas: “Si -los laicos- no encuentran en la Iglesia una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria y a la fecundidad misionera, terminarán engañados por propuestas que no humanizan ni dan gloria a Dios”.

Dice el profeta Isaías: “He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones… Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas” (Is 42, 6 – 7). La mundanidad espiritual se vence dejándonos empapar del Espíritu de Dios.

Jesús, en el Jordán, deja ver en Dios que es Padre Bueno, del que se siente Hijo. El Espíritu de Dios es el aliento que nos impulsa a ir curando la vida, las formas de vivir y pensar; bendiciendo, ofreciendo, regalando, construyendo, no juzgando ni condenando; liberando de todo lo que esclaviza y deshumaniza. De hecho, los primeros cristianos vieron a Jesús como el profeta que quiso participar en ese movimiento de justicia y liberación que ellos esperaban.

Es hora de retomar nuestro Bautismo, para sentirnos ungidos como el Señor y comenzar desde ahí la misión de mostrar la cercanía de Dios con nosotros; dejar de ofrecerle un culto vacío para ser promotores de la justicia y la liberación, abandonando la mundanidad para que aparezca el Espíritu de Dios que nos mueve a vivir según Dios.

 

 

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