Eso de pedir milagros en esta época es cosa seria, por un lado los infinitos encargos que se le hacen al Niño Dios cuando la Virgen María está ocupada con el nacimiento de Jesús. Por el otro, están los encargos a los santos de devoción, que son múltiples y variados…
Lo anterior sumado al largo trasegar de Papá Noel en su prolongado camino desde el Polo Norte, subido a su mágico trineo atiborrado de paquetes de todos los tamaños.
Es tanta la congestión que de pronto solo queda caerle con los traídos a los tres Reyes Magos aprovechando que vienen desde el oriente siguiendo el rumbo de la estrella de Belén.
De manera que Melchor, Gaspar y Baltasar se verán en la necesidad de repartirse el trabajo. El oro, incienso y mirra no son regalos ni juguetes cualesquiera, sino símbolos de profundo significado: realeza, divinidad y perpetuación en el tiempo.
Ya con estos invaluables obsequios celestiales en casa, toca elevar las plegarias por una población noble, decente, digna tanto de la raíz como del lugar que habita, en muestra intangible de realeza, por cuanto preservar el hábitat y la imagen de un archipiélago radiante, limpio y seguro es, al final de cuentas, lo que tanto deseamos.
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