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El misterio de lo pequeño

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SANABRIA.OBISPOLa imagen bíblica que los invito a reflexionar en este cuarto domingo del adviento, vísperas de la Navidad, es el misterio de lo pequeño. Para descubrirlo debemos cultivar la admiración, el asombro, la contemplación. Allí donde aparentemente no hay nada está la plenitud, y donde solo hay pobreza, se esconde la joya más valiosa.

Allí donde todo es pequeño, brota lo grande, y donde pareciera no haber más que imperfección surge la perfección. Allí donde escasea lo extraordinario y todo es simple humanidad, hace su aparición la divinidad, y donde la pobreza en más visible, la riqueza brota en seguida. En definitiva, en cuanto más tomemos conciencia de que somos simples instrumentos en las manos de Dios, más visible será su presencia y su acción transformará la humanidad.

Sobre la mesa de un famoso poeta, había un tintero que, por la noche, cuando las cosas cobraban vida, se daba mucha importancia, diciendo: "Es increíble la cantidad de cosas hermosas que salen de mí. Con sólo unas gotas de mi tinta, se llena toda una página, ¡y cuántas cosas magníficas y conmovedoras se pueden leer en ella!".

Pero he aquí que sus jactancias provocaron el resentimiento de la pluma, que reposaba cerca del tintero: "¿No comprendes, tonto barrigudo, que tú solamente eres el que pone la materia prima? Soy yo, la que con tu tinta, escribo lo que se lee en la cuartilla. ¡La que realmente escribe es la pluma!".

Estando tintero y pluma en este diálogo, volvió el poeta. Venía de un concierto y con la música había sentido llegar la inspiración. Tomó una cuartilla, cogió la pluma, la mojó en la tinta y escribió: "¡Qué necios serían el arco y el violín, si pensaran que son ellos los que tocan! E igual de necios somos los humanos, cuando presumimos de lo que hacemos, ¡olvidando que todos somos simples instrumentos en las manos de Dios!".

El profeta Miqueas, presenta los tiempos salvíficos desde la humildad de Belén, donde había nacido David (Cfr Mi 5, 1 -4). Jesús, desde sus mismos orígenes humanos empuña la humildad como bandera de su misión. Los orígenes humanos de Jesús son humildes, como humildes fueron los orígenes de David, significados en la aldea de Belén. Pero, aquí hay algo más que debemos descubrir, lo pequeño y lo insignificante es donde nace Jesús, es su terreno preferido, mientras que el poder de la capital y su soberbia es donde se decide su muerte.

La soberbia humana da muerte a Dios; la humildad y la sencillez son el lugar donde florece la vida del Salvador. He ahí el misterio de lo pequeño, el amor se hace grande en lo pequeño. Aprendamos a valorar lo humilde, lo sencillo, lo silencioso, porque por ahí anda Dios. Huyamos de nuestro afán de soberbia, porque es ahí donde damos muerte al Señor.

En la carta a los Hebreos encontramos que “al entrar Cristo en el mundo dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias” (Hb 10,5). Se destaca la humildad como la puerta de entrada que el Hijo de Dios abre para llegar a la humanidad. El misterio de la encarnación es la muestra clara y contundente de la disponibilidad del Hijo eterno de Dios para ser uno de nosotros, para acompañarnos a vivir como seres humanos. Su vida es una ofrenda, que tiene sentido cuando se entrega a nosotros.

Tenemos que comprender la fuerza transformadora de la humildad. La soberbia es la peor compañera en nuestra misión. Si el mismo Dios optó por la humildad como bandera de su misión, nosotros tenemos que alejarnos de la soberbia que nos hace odiosos y aleja la posibilidad de servir. Encontramos familias, grupos de servicio apostólico, lugares de trabajo, donde se da una competencia agresiva de egos, para demostrar quién es el que más poder tiene; así es imposible ver a Jesús hecho uno como nosotros; en cambio, donde hay humildad hay signos claros de la presencia de Dios. En un ambiente de humildad es más fácil encontrar a Dios y vivir como él quiere.
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En el evangelio de san Lucas, en aquel hermoso episodio de la visita de María a su prima Isabel, destaca el ambiente humilde, de servicio desinteresado, y adornado de silencio contemplativo, es allí donde se comienza a hacer visible el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. Dice el texto bíblico: “en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” (Lc 1. 40s).

En la anunciación y la visita de María a Isabel, encontramos la hora estelar de la historia de la humanidad, que acontece en el misterio silencioso de Belén. Dos mujeres revestidas de humildad se contagian de alegría celestial al contemplar la hora de Dios. En el silencio de sus vientres brincan de alegría el precursor y el salvador. En el servicio humilde de María se visualiza al rey que se hace servidor de la humanidad. Entre los humilde se visualiza mejor la presencia del Salvador. En la humildad se acoge con más fervor al Redentor. En el silencio humilde se escucha el canto de los grandes, el de María, que con humildad exulta: “El Señor hizo en mi maravillas”, y todos nos debemos unir diciendo, somos simples instrumentos en las manos de Dios!

Estos son mi madre y mis hermanos, los que descubre a Jesús hecho hombre en el misterio de lo pequeño.

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.

Última actualización ( Domingo, 22 de Diciembre de 2024 05:50 )  

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