A propósito de la incorporación de 33 agentes de tránsito uniformados de azul, para controlar la movilidad automotriz en San Andrés, cuya necesidad y conveniencia son incuestionables, es necesario no pasar por alto que uno de los principales desafíos estructurales del sector continúa siendo la cultura ciudadana.
Cabe recordar que San Andrés ha experimentado una inseguridad vial de enormes proporciones, que en 2022 ubicó al departamento insular en el segundo lugar del país con más probabilidad de morir en accidentes de tránsito, según el DANE. Un puesto que proyecta una imagen muy negativa de un destino turístico de la importancia nacional e internacional de la isla.
Aunque durante el primer trimestre de este 2024 la siniestralidad vial en el territorio insular mostró una disminución significativa (50% frente al mismo período del año anterior, de acuerdo con la Agencia Nacional de Seguridad Vial), un desarrollado y profundo cambio de la conducta colectiva en las vías públicas todavía está por verse.
Por tal razón, este proceso que se inicia debiera ir acompañado de una amplia y penetrante campaña de cultura ciudadana de largo plazo, que convoque a todos. Es fundamental, para la formación de una conducta cívica y el «carácter social» de la isla. Pues, el cumplimiento de las reglas de tránsito, la convivencia y la ética de conductores y peatones en las vías públicas, no es asunto de poca monta.
Muchos tienen la idea de que un remedio a la «neurosis» en las calles de San Andrés es regular el número de vehículos de su parque automotor y creo que les asiste la razón, en buena medida, dadas sus características especiales en todos los aspectos. Por eso, valdría la pena también realizar una revisión radical, seria y bien estructurada, de la capacidad de carga del parque automotor, cuyo crecimiento ilimitado constituye un problema grave ante la evidente restricción territorial y la imposibilidad de ampliar la infraestructura vial existente.
En cuanto a la cultura ciudadana, está más que probado que influye efectivamente en la autorregulación y la regulación social. Ayuda a las personas a comprender e intentar cambios de fondo en su comportamiento general y alcanzar así transformaciones voluntarias y activas, donde los intereses del individuo sean los mismos que los de la sociedad y no el antagonismo constante.
La participación de la gente en la construcción de ciudadanía, es elemental. De existir conciencia y civismo tanto de los agentes de tránsito como de los ciudadanos, la vida en las calles podrá vivirse con mayor confianza. Es decir, sin temor a la incultura de la ilegalidad, desacuerdos interminables, insolidaridad, intolerancia e inseguridad, en general.
La llegada de estos 33 agentes azules (como les llamo en el titulo de este artículo, pero que también debería llamárseles por su equivalente en inglés «the blue agents») a controlar el tráfico automotor y peatonal en la isla de San Andrés, atiende a esta necesidad. ¡Ojalá puedan conseguir su objetivo! Pero si no cuentan con la acción o intervención activa de la ciudadanía, cuya propensión tendenciosa a comportarse como un «homo aggressivus» en las vías públicas, puede resultar siendo un fiasco.
El civismo es parte de un sistema, y su implementación puede reducir al mínimo la agresión reactiva de la gente en las calles, tal y como se ha logrado en otras latitudes. Por lo tanto, invertir en la formación continua y en la certificación de competencias específicas de los agentes de tránsito consolidaría a San Andrés como un destino turístico más competitivo aun.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.