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Adviento, tiempo de certezas

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SANABRIA.OBISPOIniciamos un nuevo año litúrgico. El tiempo del adviento nos recibe y nos va a permitir preparar el corazón, levantarnos y ponernos en camino, visualizando en el horizonte el paso de las tinieblas a la luz, a sabiendas de que, por la entrañable misericordia de un nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

Al comenzar el Adviento, oremos con el salmista: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador” (Sal 24).

Cuenta que un hombre estaba parado a la orilla de la carretera, en medio de una oscura y tenebrosa noche, pidiendo chance. Pasaron varios coches, pero ninguno paró. La tormenta arreciaba, apenas si se alcanzaba a ver a tres metros de distancia. De repente ve cómo un coche negro se acerca lentamente y al final se detiene. Nuestro hombre, sin dudarlo, por lo precario de su situación, se sube al coche y cierra la puerta.

Al acomodarse en el asiento trasero se da cuenta, con asombro, que no hay nadie frente al volante. El coche arranca suave y pausadamente; mira hacia la carretera y ve con horror que el coche se dirige inexorablemente hacia una curva. Asustado, comienza a rezar e implorar por su vida. No ha terminado de salir de su espanto cuando, justo antes de llegar a la curva, entra una mano por la ventana del chófer y mueve el volante lentamente, pero con firmeza. Paralizado de terror y sin aliento, se aferra con todas sus fuerzas al asiento. Minutos después el coche se precipita por un barranco. Eso es lo que sucede cuando no tenemos la certeza de quién conduce el vehículo de la vida y hacia dónde vamos, podemos terminar accidentados.

En estos instantes, el mundo navega por el mar de la incertidumbre. Unos cuantos países no tienen seguridad de su proyecto y no saben hacia dónde avanzan; por lo tanto, el camino es inseguro para sus habitantes. No tenemos una ética y una moral común para todos; cada uno cree tener derecho sobre la vida y todo se rige por sus antojos y caprichos. No hay verdades que sostengan la vida, inclusive Dios, la verdad suprema, es cuestionada; muchos deambulan, como nómadas, buscando oportunidades, pero todo es incierto, ni siquiera hay una casa permanente, una familia estable, una profesión definida, una vocación sostenida en el tiempo; todo es incierto, hasta los pronósticos del tiempo.

Es la descripción de una sociedad líquida, donde nada es cierto. La incertidumbre nos ahoga. Esta descripción es la constatación de lo que hace años había advertido el papa Benedicto XVI: “Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja sólo como medida última al propio yo y sus apetencias". Somos conducidos por un vehículo sin conductor al volante.

Para nosotros, los cristianos, la Palabra de Dios es nuestro conductor y nos lleva seguros por el camino. ¿Cuáles son las grandes certezas con las que debemos enfrentar este mundo que nos desafía? La primera certeza: Dios cumple su promesa. El profeta Jeremías escribe: “Ya llegan días —oráculo del Señor— en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra”. (Jer 33, 14 s). A lo largo de la Biblia encontramos promesas de Dios, y todas ellas cumplidas. La promesa mayor es la de darnos un Mesías, un Salvador. Es decir, tenemos uno que nos salva. Termina diciendo el profeta: “estará a salvo Juda y Jerusalén vivirá en paz”. El Mesías asegura la salvación y la paz para los pueblos. Esta certeza nos debe poner muy alegres.

La segunda certeza es la llegada del Señor. Ese Mesías anunciado, llega en cualquier momento. El evangelio dice unas palabras muy esperanzadoras: “Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levántense, alcen la cabeza; se acerca su liberación” (Lc 21, 34s). El Mesías que vino, sigue viniendo, Dios camina con nosotros. Cada uno hemos de tener la certeza de que Dios existe y pasa por nuestra vida. Esa verdad nos debe consolar.

Tenemos que mirar más allá de las angustias del tiempo presente; más arriba de los afanes puramente mundanos; más lejos de nuestro egoísmo y de la búsqueda de nuestros intereses personales; más profundo de lo que permiten ver los afanes superficiales de la vida. Dice el Señor: “no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra”. Tenemos que ver la presencia del Señor entre nosotros. Hemos de volvernos especialistas en descubrir la presencia de Dios; él siempre está, y su presencia es más intensa en las peores oscuridades y tragedias. Tenemos que abrir los ojos para verlo a él, en vez de andar viendo al demonio, descubramos a Jesús que camina al lado nuestro.

La tercera certeza, la compañía del Señor es permanente. No basta que Dios cumpla la promesa de enviar al Salvador; no es suficiente verlo a nuestro lado; es indispensable experimentar su amor y su compañía. Escribe san Pablo de los tesalonicenses: “Que el Señor los colme y los haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros los amamos a ustedes; y que afiance así sus corazones, de modo que los presenten ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos” (1 Tes 3, 12s). Tenemos que vivir con la certeza del amor de Dios; cuando vivimos amando, el mundo es mejor. Vivamos con la certeza de que lo más grande que podemos tener es el amor de Dios. Solo cristianos con experiencia del amor de Dios pueden cambiar el mundo.

Estos son mi madre y mis hermanos, los que viven con la certeza de que Dios nos envía al Mesías, que siempre está a nuestro lado, y con el que podemos hacer camino juntos.

Última actualización ( Domingo, 01 de Diciembre de 2024 06:10 )  

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