Este 30 de noviembre culminó otra temporada anual de huracanes y nos dejó algunas materias pendientes: entre otras, que la carencia de preparación ante los fenómenos climáticos extremos sigue siendo una realidad. A pesar de acciones como 'simulacros' e intentos por sensibilizar a la población, las lecciones no han calado lo suficiente en la conciencia y el corazón de la población.
Aunque en los últimos tiempos se ha hablado más de gestión del riesgo, buena parte de los habitantes parecen no estar preparados para enfrentar eventos de tal magnitud. Es más, la actitud casi negacionista de personas que siguen considerando estos fenómenos improbables, muestra la necesidad urgente de estrategias más efectivas que logren afianzar una cultura de la prevención.
El miedo a los huracanes, cuando no se transforma en acción, se convierte en impotencia e incapacidad. La experiencia del huracán IOTA dejó daños irreparables, pero también sembró la semilla de una oportunidad: aprender de los errores cometidos. Sin embargo, las labores de sensibilización no han logrado instalarse de manera permanente en la vida diaria de los isleños.
El llamado ‘proceso de reconstrucción’ de las islas tras el IOTA es otro factor que contribuye a la desconfianza. Las promesas de recuperación rápida se diluyeron entre demoras, fallas administrativas y la ausencia de una estrategia coherente y transparente. Además, crecen los interrogantes sobre cómo se manejaron los recursos destinados a la mencionada gestión.
Los habitantes de Providencia, Santa Catalina y San Andrés, necesitan respuestas claras sobre el recordado y fallido proceso. Los reclamos no solo deben enfocarse en la velocidad con que se completen las obras, sino también en la calidad de las mismas y en los mecanismos que aseguren la eficiente inversión de los fondos apropiados.
Los hechos ocurridos el domingo 24 de noviembre pasado en Providencia son otro campanazo de alerta. La ejecución creciente y palpable de una cultura resiliente de la prevención debe ser prioridad para que los habitantes de las islas puedan enfrentar con mayor seguridad la amenaza climática. La tarea es ardua, pero imperiosa para su bienestar y supervivencia.