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Jesús el pastor de Colombia

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SANABRIA.OBISPONos encontramos en este domingo con una de las imágenes más queridas por Jesús y con la que suele presentarse; se trata de la imagen del Pastor. Pero el pastor no tiene razón de ser si no cuenta con el rebaño. Dios es el Pastor, y el pueblo amado del Señor es su rebaño. El pastor quiere lo mejor para su rebaño. Pastor y rebaño son inseparables y los une el amor.

La primera lectura del profeta Jeremías es un llamado de atención a los pastores que pastorean el pueblo, es decir a los guías espirituales, a los líderes sociales y políticos, y a todos los que tienen responsabilidad social, porque desempeña una tarea encomendada en favor del pueblo. El tirón de orejas es fuerte. Nos dice la Palabra que los que estamos al frente del pueblo, en vez de unir, descuidamos, dispersamos y dejamos perecer las ovejas del rebaño; por lo que él tomará cuenta de nuestras acciones (Cfr Jr 23, 1 – 6).

El Evangelio nos llena de esperanza pues narra que en Jesús se cumple todo lo esperado de un Pastor. Así que Dios es el Pastor de la Humanidad; pero para que suene más cercano a nuestros oídos y más consolador, tenemos que afirmar que Dios es el Pastor de Colombia Y es desde ahí desde donde quiero centrar la reflexión.

Acabamos de celebrar la independencia de Colombia, fecha trascendental de nuestra historia, que no solo recuerda un hecho pasado de gran significado patrio, sino que marca un nuevo período legislativo que de alguna manera marca un derrotero y enrumba al País hacia el futuro inmediato. Tenemos que poner el corazón en nuestra amada patria y buscar para ella lo mejor.

San Pablo cuando escribe a los Efesios les dice: “Jesús es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el odio” (Ef 2, 13s). En Colombia se ha metido un enemigo, un adversario y se trata del odio que nos separa.

Cuenta la leyenda que dos hermanos siguieron caminos distintos: uno acumuló riquezas y poder hasta hacerse famosísimo. El otro permaneció toda la vida ignorado, pero los que lo trataban se llenaban de paz. Por esas coincidencias de la vida murieron a la par y al llegar ante la puerta dorada que da entrada al cielo el ángel guardián les preguntó, como marcaba el ritual: ¿Qué traen con ustedes?

El hermano famoso narró toda la fama, riquezas y poderes alcanzados. Y el ángel le dijo: Nada de eso sirve para aquí. No hay amor en ninguna de esas cosas. El otro hermano contestó: Nadie conoce mi nombre. Todos me llaman el soñador y lo poco que tengo lo he repartido con quienes me crucé en la vida: les di el amor y la paz que tenía en mi corazón.

Entra, le dijo el ángel. Pero el Soñador le respondió: Sí, pero antes déjame darle a mi hermano el amor que todavía me sobre, para que podamos pasar juntos el umbral del cielo. El ángel enmudeció, todo el recinto se iluminó, la puerta dorada se abrió de par en par y juntos cruzaron los dos hermanos la puerta del paraíso.

Para que el pueblo colombiano, el rebaño de Cristo pueda avanzar significativamente y disfrute desde ya de un paraíso de fraternidad, de unidad y de paz, es necesario que juntos, como pueblo, demos algunos pasos hacia adelante.

El primer paso es caminar hacia el Señor, permitir que él pastoree a Colombia. No busquemos mesías humanos; solo hay un Mesías y es Cristo el Señor. Jesús es el nuevo David, “un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro. Y lo llamarán con este nombre: El-Señor-nuestra-justicia” (Jer 23, 6).

Qué bello es el salmo 22, “el Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas”. Por andar detrás de redentores humanos hemos caído en polarizaciones odiosas y enemistades entre hermanos de nacionalidad. Es urgente recobrar la fraternidad nacional, somos hermanos los que hemos nacido en esta nuestra madre patria colombiana.

Que se cumpla lo que san Pablo escribe: “Ahora están en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, están cerca los que antes estaban lejos”. Dejémonos invitar por el Señor Jesucristo: “Vengan ustedes solos a un sitio tranquilo a descansar” (Mc 6, 31). La intimidad con Jesús, el Pastor del pueblo colombiano, sana nuestros corazones y derrumba el muro del odio y de la polarización que nos divide.

Un segundo paso es hacia la paz. El Señor nos está llamando a trabajar por una paz verdadera, completa, fruto de la reconciliación de la persona con ella misma, con los hermanos y la familia; comencemos con los más cercanos; a ellos debemos darles el amor y la paz que brotan del corazón, que seamos capaces no solo de brindarles la mano, sino todo el amor que nos sobre para que juntos, los de un grupo y otro, podamos ingresar al paraíso.

El maligno siembra guerra; Dios crea paz. O mejor, como afirma san Pablo, “Dios es nuestra paz: Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el odio”. Debemos aprender de Jesús a sentir compasión de tantos hermanos nuestros que no tienen paz, que no tienen tierra, que no tienen salud ni educación; a ellos tenemos que ayudarlos con calma y con gran amor. Solo así avanzamos hacia la paz.

Estos son mi madre y mis hermanos, los que se dejan pastorear por el Señor Jesús, los que se sienten hermanos sin importar afiliación política, y los que avanzan hacia la paz y la justicia.

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.

 

 

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