La presencia esta semana de Elizabeth Taylor Jay, vicecanciller de la república de Colombia, coordinando una reunión preparatoria para la X Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Asociación de Estados del Caribe (AEC) marca otro punto alto de la diplomacia étnica raizal.
Sin embargo, la posibilidad de influencia isleña en la configuración de una nueva política colombiana hacia el Caribe, que podría potenciar a San Andrés en el área aprovechando nuestros lazos culturales, lingüísticos e históricos, llega con una alta dosis de interrogantes.
La presidencia rotatoria de la AEC le corresponde este año a Colombia, algo que otorga una oportunidad ideal de definir la dilatada estrategia Caribe, y en particular los ejes de acción, los alcances y los pasos a seguir para superar las deficiencias de la conexión colombiana e isleña con el área.
Al igual que con CARICOM, la comunidad angloparlante del Caribe de la cual Colombia pidió recientemente ser miembro asociado, la AEC es una apuesta de Colombia a una mayor inserción hacia la zona y de cuyos resultados esperamos se beneficien las islas, aprovechando una viceministra y tres embajadores raizales y angloparlantes como interlocutores y agentes de instrumentalización.
Es importante aprovechar la fuerza y el potencial de nuestros vínculos arraigados en una relación histórica, cultural, étnica y lingüística.
No es la primera vez que Colombia se inserta en la dinámica caribeña ni es la primera vez que se invoca a San Andrés como un trampolín en la inserción. Pero es la primera vez que la política exterior colombiana cobija la cuestión étnica que aborda desde perspectivas estratégicas y de soberanía, y en particular el uso del acercamiento al Caribe en favor de planteamientos de la reivindicación raizal que se orienta hacia una reconexión cultural.
Hasta hace poco el énfasis había sido todo lo opuesto. El reclamo a las islas por parte de Nicaragua llevaba implícito una mayor conexión diplomática con países del área, pero al mismo tiempo un alejamiento de nuestras islas del Caribe, algo justificado en argumentos pueriles y anticuados de control de soberanía. Colombia también se acercó al Caribe para asegurar acuerdos limítrofes con el fin de debilitar los argumentos del reclamo nicaragüense. Como también en atender los efectos del narcotráfico y en neutralizar el área como escenario de la guerrilla para acceso a grandes cantidades de armas.
La nueva realidad que arroja el fin del diferendo en La Haya conforma una nueva perspectiva de la relaciones con Nicaragua y el Caribe que exige un nuevo planteamiento y modelo digestión.
Oportunidad para el país
El 9 de mayo el canciller colombiano, Luis Gilberto Murillo, dijo que la presidencia pro-témpore colombiana es “una oportunidad para reposicionar al país como un referente político, económico y cultural en el Caribe y la región. San Andrés y Providencia jugarán un papel crucial como centro de conectividad, salud, educación y cultura en la Cuenca del Caribe”.
Palabras muy prometedores que merecen el acompañamiento de una estrategia visible y consistente. Porque el pasado pesa y abruma y es necesario evitar que lo de ahora termine como otros experimentos o intentos de acercamiento que padecieron de las debilidades estructurales e históricas asociadas a la política exterior colombiana: discontinuidad, deficiencias en planteamientos, ausencia de estrategias y coordinación, desarticulación institucional, falta de direccionamiento…
Adicionalmente, a pesar de las buenas intenciones expresadas, y seguramente porque la política exterior nacional aún tiene una gran concentración en la región andina, Europa y Estados Unidos, hay aún una debilidad de compromiso con el Caribe y no se observa un despliegue de energía o búsqueda por parte de Colombia de una posición de liderazgo en el área o una diplomacia sólida de contenido y perspectiva.
¿Y las islas qué?
Tampoco es claro si nuestras islas ocuparán un lugar importante en la estrategia Caribe más allá de la inclusión de funcionarios raizales –los tres embajadores y otros– de alto rango ¿Volveremos a ser tentados de nuevo con cantos de sirena para terminar terminamos como la cenicienta en otra malograda y deslucida aventura diplomática?
Por otra parte, no es claro cómo la estrategia Caribe beneficiaría a las islas. Aparte de la cuestión ambiental, donde por fortuna van andando varios acuerdos de cooperación, no existe un eje de acción que nos permita identificar políticas que responden a los retos y las múltiples necesidades de las islas.
Y el hasta ahora énfasis en cooperación ambiental nos obliga a concentrarnos en otros temas muy relevantes, como comercio que es fundamental para poder mejorar la economía y abaratar el costo de vida en las islas.
Nuestro mayor interés en el Caribe es un acercamiento a Nicaragua para acabar con el aislamiento cultural y étnico y aprovechar las ventajas comerciales que ello traería, además de atender las consecuencias y las necesidades de cooperación en pesca y medio ambiente que se derivan del fallo de 2012. Pero poco avanza el prometido diálogo con ese país.
Parece haber más bien un distanciamiento. Porque mientras Colombia busca acercarse al Caribe, parece distanciarse de Nicaragua, algo que se refleja en la casi imposibilidad de viajar de San Andrés a Corn Islands (que queda al lado) o el intento de mejorar el comercio bilateral debido a las trabas burocráticas que imponen las autoridades nacionales en las islas
Tampoco es claro cómo se articulan las propuestas en lo social y lo institucional. Es necesario involucrar mas a la sociedad civil, como lo prometió el presidente, como también montar un esquema institucional para que la estrategia Caribe sea algo duradero y no coyuntural asociado a las prioridades del presidente de turno.
Es esencial que estén involucrados actores diferentes a los estatales, los de la sociedad civil como grupos de reivindicación étnica, de protección ambiental y el completo espectro de pescadores artesanales, en la formulación, ejecución y evaluación de la política exterior, para que no qede implícito el peligro de una diplomacia personalizada y efímera.
La promesa presidencial de convertir al factor raizal en un actor importante para articular espacios de cooperación requiere una orquestación con la comunidad local y la consolidación de nuestros propios espacios institucionales, para no depender tanto de la Cancillería o de la Presidencia.
Esto se logra haciendo a la ciudadanía isleña partícipe en la formulación de la política exterior hacia el Caribe y equipando a la Gobernación de una estructura y una estrategia regional para que se convierta en una instancia de coordinación, y así evitar que de nuevo las prioridades de la diplomacia nacional opaquen o ignoren las nuestras prioridades.
Esperamos que se superen los vacíos en la ejecución de las promesas, que dejen de ser algo simbólico y se conviertan en resultados palpables y favorables para las islas.