Pareciera ser que, aunque la vida de otros seres vivos merecen respeto, sobrevivir dentro de una ciudad que más parece una ‘jungla’ de cemento, es un acto heroico. Lo comparo así debido a la cantidad y calidad de humanoides que recorren las calles y avenidas sin darse cuenta que hay otros seres vivos a su alrededor.
Mientras la sociedad va con cada día fortaleciendo al Homo sapiens, estos sui géneris seres movilizados sobre estructuras metálicas van desde los antepasados del mamut prehispánico hasta las mangostas, familiares de las hienas.
Los unos a la máxima velocidad, cual cacería por sobrevivencia, los otros sin reconocer izquierda de derecha, simplemente se movilizan hacia indeterminado destino donde se podrán encontrar con otros de su especie o sus inocentes víctimas.
Mientras tanto, los sapiens duermen plácidamente en sus elegantes cuevas llamadas oficinas por lo que allí cumplen con su oficio.
Quiero decir: ocupación habitual, trabajo, empleo, ocupación temporal, profesión, quehacer… o rasquinball, por el desorden que nos dejan del seriado en cámaras.
¿Qué se espera? ¿Un accidente similar al de Haines Cay, de White Wata? o el deceso de un notable para, entonces, iniciar un proceso de selección natural que permita circular por las vías y caminar por andenes sin ser, potencialmente, inocentes víctimas del depredador motorizado.
Más claro no canta un Gallus gallus spadiceus si de ancestros se trata, versión actual de un gallo. Mientras tanto, el lector repite conmigo: “Padre Santo que estás en el Cielo…”, cada vez que sale de su casa.
*Cofundador de la ONG Help 2 Oceans Foundation
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.