Hay tanto que se le aprende a una feria del libro como la de Bogotá. Pero una de las cosas que más agradezco es la increíble diversidad. Y es que están todos los temas: los serios y los divertidos, libros de cocina y para bajar de peso…-Hay libros para enamorarse y para saber cómo dejar de amar en siete días.
Hay libros nuevos de autores viejos, libros que parecen viejos y son de niños, libros de autores muertos maniacos y libros de vivos deprimidos.
También hay conversaciones, estas que no se restringen a las paredes de la feria, ni a los salones bien dispuestos. Con ellas se pueden organizar tomos enteros de ideologías fragmentadas, desarmadas, deconstruidas y vueltas a construir una y otra vez. Se habla del lenguaje, del inclusivo, del exclusivo, el urbano, el rural, el de antes; se cuenta como la lengua, un órgano que parece tener sus propios objetivos deforma y reforma palabras hasta encontrarles significados nuevos.
La palabra circula entre todos y a todos los que se mueven hacia la colmena de miel hecha letras, les gusta ejercerla como un derecho ahora sí, tácito.
Entre las preguntas que nos hacíamos, estaba la de si ¿el autor era en sí un performance y que si se debería incluir sus antecedentes y su historia a la hora de “calificar” su obra? O por el contrario, ¿podría perderse el nombre del artista y ser solo lo que transmite? ¿Debería ser anónimo el arte?
O le suma puntos a una obra (literaria, plástica, cinematográfica) si se cuenta el esfuerzo que le significó al artista realizarla Y es que si bien el arte no se exime del goce de privilegios –tener una computadora para escribir un cuento, un pincel para pintar un cuadro, la educación en técnicas y formas, la disposición del tiempo o la estabilidad económica para dedicarle a esto–.
Entonces, una obra ¿es siempre una declaración política que usa al sujeto artista como medio para la expresión y en consecuencia sus “diversidades” suman o restan? ¿Puede un artista excluir su condición humana al ejercer su habilidad? ¿No son todas las obras de alguna manera siempre autobiográficas?
Mi experiencia personal con el lanzamiento de este tercer libro, una participación colectiva de ocho autores y ocho ilustradores me significó el desbloqueo de un miedo antiguo, el de siempre: he escrito hasta ahora solo para mis amigos, en los márgenes de lo seguro y con la tierna critica de quien antes de leerme, ya eligió quererme, entonces, Soy buena o solo tengo amigos condescendientes? ¿Soy una escritora o solo una persona marcada por alguna de las minorías que hay que proteger que casualmente escribe? ¿Si no me conocieras, me leerías?
Aún estoy descifrando esa pregunta. Dejo salir de puerto este bote y me preparo para ver sus pedazos destrozados en la próxima marea, o volver a muelle, con banderas de países de los que no tenía idea.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.