En este domingo el mensaje del Evangelio se resume en una palabra, ‘permanecer’, que significa mantenerse en un mismo puesto durante el tiempo. De las cosas más difíciles de lograr en la vida es precisamente permanecer; tal vez llegar a una meta, obtener un triunfo se alcance con sacrificio y lucha, pero permanecer requiere un esfuerzo constante.
En la biografía de Buda se cuenta que un bandido llamado Angulimal, fue un día a matar al hombre de Dios. Buda le dijo: Antes de matarme, ayúdame a cumplir un último deseo, por favor: córtame una rama de ese árbol. El bandido, condescendiente, aunque tenía prisa por cargarse a Buda, no fuera a venir alguien y lo viera, con un golpe seco de su espada, hizo lo que Buda le pedía. Éste, con el temple y la sabiduría que da la vida santa, añadió: Ahora, vuelve a ponerla en el árbol, por favor, para que siga dando frutos.
Algo nervioso, pensando que Buda lo que quería era entretenerlo y escapar de la muerte, Angulimal contestó: Debes estar loco, si piensas que eso es posible. Al contrario –dijo Buda, esbozando la más suave de sus sonrisas–, el loco eres tú, que te crees poderoso porque puedes herir y destruir. Eso es cosa de débiles. El verdadero poderoso es el que sabe crear y curar. No explica el biógrafo cómo aquel bandido no remató a su presa, pero lo cierto es que Buda salió ileso de aquel incidente.
Esto que se cuenta de Buda es interesante, sin embargo, Jesús habla de un árbol distinto, el que produce vida en abundancia aquí y vida eterna en el cielo, ese árbol es Jesús mismo; también habla de ramas distintas que somos nosotros, y que para poder dar fruto debemos estar unidos al tronco vital que es Cristo.
Hay muchos que en la búsqueda afanosa de libertad se desprenden de Dios, y piensan que entonces son plenamente libres. Además, hacen teorías y organizan programas y estrategias para que otros también se desprendan como única manera de obtener grandeza y libertad. La lógica del más humilde campesino dice que una rama que se desprende del tronco, muere y no da fruto. Es más fácil dedicarse a herir, destruir y arrancar fieles cristianos del tronco vital, que ayudarlos a permanecer unidos al Señor.
Los que logran grandes realizaciones son los que permanecen unidos a sus ideales, arraigados a sus principios y con la mirada siempre fija en el ideal buscado. Los que logran grandes realizaciones humanas y espirituales son los permanecen unidos a Cristo, el Señor. La permanencia en Cristo tiene varias características.
La primera, es una permanencia recíproca. “Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él”. San Pablo, recién convertido era mirado con sospecha, como un infiltrado peligroso que en cualquier momento acabaría con todos, como eran sus intenciones por todos conocidas. Pero una vez que conoció al Señor, no hubo nada que lo separara de él, y lo va a decir, ¿quién podrá separarnos del amor de Dios? Pero, recíprocamente, Jesús también permanece en él, y se da una relación tan profunda que Pablo dirá: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. Los hechos de los apóstoles confirman esta relación recíproca así: “Bernabé -presentó a Pablo- a los apóstoles y les refirió cómo Saulo había visto al Señor en el camino, cómo el Señor le había hablado y cómo él había predicado en Damasco, con valentía, en el nombre de Jesús” (Cfr He, 9 26 – 31)
La segunda es que es una permanencia activa. Como dice la primera carta de san Juan: “No amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras” (1 Jn 3, 18). San Pablo sigue siendo modelo de compromiso evangelizador con el Señor. Para mí la vida es Cristo y morir es una ganancia”. Permanecer en Cristo de ninguna manera apabulla o ahoga el crecimiento, la iniciativa y los sueños humanos; por el contrario, los potencia y nos anima a conquistarlos. Las personas dedicadas a Dios no son gente frustrada, son gente plenamente realizada. Quienes se dedican solo a lo suyo y olvidan de los sueños de Dios, terminan frustrados. San Pablo no fue un hombre frustrado, fue un hombre feliz.
La tercera es una permanencia transformadora. “A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto” (Jn 15, 2). La poda es una labor necesaria. La poda quita lo feo y permite que vaya apareciendo lo bello y lo grande de nuestros corazones. La poda embellece, y más si el jardinero es el Señor. Lo mejor que le puede suceder a un cristiano es caer en las manos del Señor. Él embellece a su creatura, y como hábil jardinero ayuda a que de nuestra vida salga lo mejor que hay dentro.
Cristiano que no pasa por la poda, se envejece, pierde su belleza y pronto dejar de producir fruto, “se le echa fuera, como al sarmiento, y se seca; luego lo recogen y lo echan al fuego y arde” Jn 15, 6). Dejarnos podar en el sacramento de la reconciliación, en la dirección espiritual, en la meditación profunda y exigente de la Palabra de Dios, será una labor que hará mucho bien al cristianismo de hoy y del futuro. No olvidemos que “como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mi… el que permanece en mi y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mi no pueden hacer nada” (Jn 15, 5).
La cuarta, es una permanencia solidaria e intercesora. “Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que desean, y se realizará (Jn 15, 7). La mejor herencia de los padres para sus hijos es lograr que permanezcan desde pequeños, unidos al Señor. Un niño ligado a Jesús desde pequeño, es un niño que crece de manera distinta, pues se sabe protegido, guiado y alentado por el Señor. El gran trabajo de la Iglesia es lograr que muchas personas conecten su existencia al tronco vital que es Jesucristo. Serán comunidades que aman de verdad y con obras. Que María Santísima nos ayude a permanecer unidos a su hijo Jesús.
