Definitivamente la literatura isleña no es nueva. Si se rastrean los primeros documentos sobre el archipiélago, o escritos desde las islas, se puede llegar hasta los años 1500. Si nos ponemos estrictos, encontraremos desde cartas de amor y misivas administrativas, hasta la descripción de Morgan que hace Exquemelin que se tradujo a más de cinco idiomas y hoy reposa en la biblioteca del congreso de Estados Unidos.
Acá se ha hecho de todo: estudios, informes, reportes, poemas, novelas, libretos, guiones, diagnósticos, pronósticos, se hacen listas de mercado y menús para restaurantes. En las islas se escribe desde siempre. Pero si me permito reconocer un boom insular en los últimos 20 años, es porque hemos empezado a ver nuestros libros en escenarios que no tenían conquistados antes.
Ya no hay mucho más que decir de Hazel Robinson, cuerpo del árbol desde donde todos emergemos, invitada obligada cuando se habla de literatura isleña o de Cristina Bendek, traducida a idiomas que no sospechábamos podrían mostrar interés en nuestras historias y que ha llevado más lejos ‘Los cristales de la sal’, que lo que cualquier marea habría predicho.
Pero también hay flores en todos los rincones más inesperados. Se están conociendo, por ejemplo, obras de Nathalie Hooker Francis, una novelista grafica que impresiona con su opera prima de corte fantástico: ‘Hated by my mate’.
Ni que hablar de la colección Vestigios del Iota, de Mamaroja company, una explosión de sensaciones, en las letras de Arelys Fonceca, María Salcedo, Claudia Aguilera, Luz Carmiña Cruz, Monique Schoch, Maria Matilde Rodríguez, la misma Bendek, que con la música de Joe Taylor y Julia Martínez, cuentan como un huracán intentó, sin éxito, robarnos la magia.
Están también las quimeras, como John William Archbold, un escritor mitad barranquillero, mitad providenciano, que en ‘Comehierro’, su primera novela propone una visión contemporánea de la masculinidad latinoamericana.
Si a esto no fuera suficiente, las voces no se limitan a este plano terrenal y desde el más allá también han hablado en creole con el profesor Adel Christopher Livingstone, ‘The Last Cocunut Tree’ y un legado que nos marca. Karim Ganem Maloof nos deja un ‘Calor Residual’ como novela y sensación, mientras Jorge Muñoz escandaliza sutilmente con ‘La parábola del tigre anciano’.
Hoy hay bastante escribiéndose en las islas para armar un cafecito sabroso, con visiones divergentes de lo que significa ser raizal, isleño o simplemente pasar la vida en un territorio que exige una inmensa dosis de poesía para tolerar la realidad.