El Triduo Pascual es una mina inacabable de tesoros divinos. De hecho, es el corazón del año litúrgico, ahí están las riquezas más grandes de Dios para nosotros. Desde el Jueves Santo en la última cena, el viernes santo en la pasión y muerte y el sábado santo con la Vigilia Pascual que se prolonga cincuenta días, se constituyen en una mina que entre más se saca, más se encuentra.
Se requiere entonces hábiles mineros para extraer algunas de esas joyas, que nos harán personas muy ricas humana y espiritualmente. Comencemos extrayendo algunas joyas espirituales del Jueves Santo.
Una primera joya del Jueves Santo es el amor. Jesús, “se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido” (Jn 13, 1ss). Una persona que se siente amada por Dios y por los suyos y que ama de verdad a los demás, podemos afirmar que es la persona más rica del mundo. El amor es una riqueza que vale más que el oro, y quien goza del amor, se puede considerar súper millonario. Ese gesto del lavatorio de los pies es una mina de amor. Las personas más felices son las que hacen del amor su mayor tesoro, ese amor que da el sentido definitivo a su vida.
El amor que recibimos de Jesús el Jueves Santo se convierte en el motor que nos impulsa a ponerlo en práctica sirviendo a los demás, siempre, sin tiempo, sin condiciones. El amor recibido y ofrecido hace que muchos disfruten y se deleiten haciendo felices a los demás. Toda expresión de amor hace un gran bien a esta humanidad dolida, rota, dividida, perturbada por el odio y el mal. El amor es la expresión sublime de la fe. El que vive por amor es feliz. El que sirve ama y se parece a Dios. El que da todo de sí, su profesión y sus conocimientos, permite que el amor de Dios se haga visible y se entregue a los demás.
Otra Joya de valor infinito es la Eucaristía. “El Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; hagan esto cada vez que lo beban, en memoria mía.” (1 Cor 11, 23 – 26). Tener el pan de cada día y poder gozar del pan de la vida eterna nos convierte en los más afortunados del mundo.
Celebrar la Eucaristía nos permite vivir la fraternidad, la solidaridad y gozar de la presencia constante de nuestro Salvador. Son felices los que saben de la riqueza de la Eucaristía y viven sacando de ella su gozo espiritual más sublime, porque encuentran al Señor. Qué felices son quienes sienten que deben celebrar, como Jesús, la vida y la amistad, el pasado, el presente y el futuro, el dolor y la confianza en la cercanía del Señor. Felices son todos aquellos para quienes es tan importante el pan de cada día, como el pan eucarístico, ellos piensan en los más humildes y buscan que tengan vida abundante.
Otra Joya es el sacerdocio. La última Cena la celebró Jesús con sus discípulos y a ellos los hizo herederos de la joya de la Eucaristía, lo cual exigía que ellos fueran declarados sacerdotes. Sacerdocio y Eucaristía son dos joyas inseparables. Sin sacerdocio no hay Eucaristía. Poder gozar del sacerdocio común que todos hemos recibido en el Bautismo, y tener a nuestro favor a los sacerdotes que son dispensadores de la Eucaristía y de todas las gracias de Dios es un privilegio muy grande.
Los bautizados y los sacerdotes más felices son quienes descubren que lo principal no es presidir, ni guiar, ni preservar su verdad, sino acompañar, comprometerse, descubrir la buena noticia junto a los humillados de la historia. El sacerdote ha de ser el hombre más feliz, porque ha consagrado su vida a Dios y Dios ha puesto en sus manos los tesoros más grandes para dispensarlos a la humanidad, tales como su Palabra y su Eucaristía.
Estas joyas nos hacen ricos, y embellecen nuestra existencia. Tenemos que saber conservarlas en nuestro corazón. Sin estas joyas caemos en la miseria humana y espiritual. Para conservarlas necesitamos usarlas de manera permanente, son joyas para exhibirlas, son joyas para ponerlas al servicio de los demás, no para meterlas en un baúl o en una caja fuerte, porque allí pierden todo su valor.
Las joyas del Jueves Santo son para servicio de la humanidad, para que contribuyamos a crear una sociedad más fraterna y unida, para que las familias crezcan en amor y para que todos vivamos la vida presente con lo necesario y alimentados para la vida eterna con el Pan del Cielo.