Increíble podría parecer para todos así: ¡Irresistible! pero no para él. El agua color turquesa que combinaba su extraordinaria translucidez con los visos plateados que le daba el sol, reflejado en las pequeñas ondas de la superficie…
Como gemas distribuidas al azar sobre un manto de agua, la luminosidad cálida de un día perfecto, la combinación sutil entre la humedad contenida y el calor que se espera de todo lo periférico al ecuador, ¿cómo podría todo esto ser menos que irresistible?
Y, aun así, se resistió.
Una fuerza más grande que la perfección de ese momento, lo contenía en el borde del muelle, completamente vestido, completamente aterrado.
Su miedo irracional al mar lo había traído hasta ese punto. Había viajado kilómetros, concentrándose únicamente en el asiento de enfrente durante el vuelo que atravesaba todas sus fobias.
Un día se hizo consciente de que el mar estaba en todas partes, que ocupaba más espacio en su planeta que la tierra firme, y sintió que el miedo que le tenía, lo detenía como una pared, les ponían cerco a los espacios que podía explorar, a las oportunidades que perdía imaginándolo como un gigantesco Kraken que se lo tragaba. Sintió que este recelo delirante, era un enemigo que había ganado territorio en su mente… y decidió dar batalla.
Oyó atento las recomendaciones de quien se animó a tratarle. Además de buscar bajo la cama cómoda que era su consciencia, se le sugirió a modo de orden, que encontrara la confrontación directa, que rompiera contra todo pronóstico lo que se esperaba de él y que atacara el mar, como el mar parecía atacarlo.
Ahí estaba, muerto del miedo, con un portafolio desgastado sostenido por su mano derecha, zapatos de salir negros, medias de rombos, un pantalón largo café, cinturón de cuero desgastado en el ojal donde se ajustaba, camisa azul a cuadros con los tres primeros botones desabrochados, lo que para él era, por si sola una osadía. Traía también lentes y el pelo engominado.
Se concentraba en todos los componentes de su vestuario, mientras veía el desafío que se perdía en el horizonte, cuando un niño, al que poco le importaba su contexto terapéutico lo empujó del muelle, rompiendo con descaro cualquier introspección rumiante que traía el hombre. Durante los 2 segundos que duró la caída, todo su cuerpo se contrajo hasta hacerse un nudo.
Cuando estuvo en el agua, esta le llegaba hasta la cintura, el portafolio se abrió dejando en remojo los informes inútiles que tenía que terminar, a las medias se le borraron los rombos y a la camisa, los cuadros. Empezó a reír de forma incontrolable, había sobrevivido al terror de un día soleado, y estaba de pie, húmedo y feliz.
De ninguna manera era una historia épica, no había grandes némesis y no se escalaban montañas enormes, esto era solo un paso increíblemente pequeño, en la vida de un hombre increíblemente insignificante y, aun así, increíble.
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