Hace muchos años viajé a Venezuela con mi amiga Pili Ángel. Éramos universitarias con ganas de devorar el mundo. En nuestro recorrido, decidimos conocer Caracas. Nos fuimos llenas de ilusiones y felicidad a una ciudad que estaba en pleno esplendor.
Un día, caminando por un hermoso barrio residencial, nos encontramos un grafiti: "“Gracias Nevado del Ruiz por haber matado tantos pájaros de un solo tiro". Recuerdo nuestro total desconcierto. Solo pudimos abrazarnos y llorar. Quedamos literalmente en shock.
Hoy he sentido la misma sensación, leyendo el rechazo al vuelo entre San Andrés y Caracas. Es lo de siempre..."sacar el sofá" para solucionar el problema de infidelidad. Culpar a otros por las propias fallas es apenas un síntoma grave de no querer asumir las responsabilidades que nos corresponden.
Es verdad que muchos venezolanos son bandidos y desadaptados. Lo mismo que algunos colombianos y algunos isleños. Sin embargo, es un despropósito señalar como delincuente en potencia a cualquier pasajero que venga en ese avión. Y pretender que la migración ilegal o la invasión de San Andres va a empeorar con ese vuelo. ¿Es en serio?
"Hay que ponerle el ojo a ese vuelo", dicen unos. "Hay que prohibir su ingreso", vociferan otros.
Lo que tendríamos que hacer es mirar cómo se fortalecen los controles migratorios en la isla, cómo se sistematizan de una vez por todas las tarjeta de turismo y de la OCCRE. Y aunque ya es una industria paralela, cómo disuadir a los prestadores de servicios y dueños de posadas y hoteles para que no hagan parte de la creciente cadena de la ilegalidad.
Decir que todos los venezolanos que llegan a la isla son delincuentes equivale a expresar que todos los colombianos somos mafiosos, todos los funcionarios corruptos, los isleños flojos y mediocres o que todas las posadas de San Andrés reciben migrantes ilegales. Generalizar es una forma de violencia.
Tenemos muchas cosas que cambiar como sociedad para que se puedan ver las transformaciones que esperamos. Llamar a la xenofobia solo polariza más la ya difícil cotidianidad que hemos elegido.
Los colombianos hemos sido estigmatizados como narcotraficantes. Y cuando salimos del país siempre generamos sospechas, aunque sean infundadas. Hago un llamado a las autoridades para que tomen medidas contundentes y se articulen. Y a nosotros, cordura, empatía y compasión.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.