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Navidad, semilla para un nuevo mundo

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SANABRIA.OBISPOCelebramos con júbilo el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, en que toma nuestra carne, se hace uno como nosotros y comienza en su persona el proyecto de salvación de la humanidad; es en verdad una siembra divina en el terreno humano, como dice la Carta a los Hebreos:

“En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos” (1, 1 – 2).

Dios quiso transformar la humanidad desde lo más íntimo de su ser enviando a su amado Hijo Jesucristo, y desde lo más profundo de la humanidad tomando nuestra naturaleza humana. Ese misterio en el que la naturaleza humana se enriquece con la naturaleza divina, se convierte en la carta definitiva de salvación. Es la siembra de la semilla divina en el corazón humano para que nazca un mundo nuevo, como dice la carta a los Hebreos: “Él sostiene el universo con su palabra poderosa” (1, 3). Detengámonos en la idea de las semillas; Navidad es ocasión de siembra de semillas poderosas y transformadoras.

Cuenta la historia que inaugurada la plaza del mercado Dios alquiló un local y se encontraba tras el mostrador.
- ¿Qué vendes aquí?, le preguntó una mujer.
- Todo lo que tu corazón desee, respondió Dios.
Sin atreverse casi a creer lo que estaba oyendo, la mujer se decidió a pedir lo mejor que un ser humano podría desear: "Deseo paz de espíritu, amor, felicidad, sabiduría y ausencia de
todo temor", dijo. Y luego, tras un instante de vacilación, añadió: "No sólo para mí, sino para todo el mundo".
- Dios se sonrió y dijo: "Creo que no me has comprendido, querida. Aquí no vendemos frutos. Únicamente vendemos semillas.

La Navidad es para volver a sembrar semillas divinas en el corazón de la humanidad. Reflexionemos en cinco semillas, comenzando por la semilla de la divinidad. “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios… Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 1. 14). Esto es lo más bello que se ha escrito. Dios puso se casa entre nosotros. Navidad nos ayuda a redescubrir que estamos hechos de barro y de chispas divinas, y llamados a gozar de la tierra y del cielo.

En Navidad, el cielo y la tierra se juntan y se hace realidad lo que canta el bello himno del adviento, “al mundo le falta el cielo, al mundo le faltas Tú”. Jesús ahora está entre nosotros. No somos huérfanos ni abandonados a nuestra suerte, somos hijos de Dios y él ha puesto su casa entre nosotros. Se cumple lo dicho en la carta a los hebreos: “Yo seré para él un padre, y el será para mí un hijo” (1, 5).

La semilla de la inclusión. Sabemos que Jesús nace en una humilde aldea de las periferias geográficas de Israel; sus padres son gente humilde y sencilla y los sencillos pastores son los primeros en reconocer su presencia, todos pertenecen a las clases periféricas de la sociedad. Jesús trae la semilla de la inclusión, donde los pobres son puestos en el centro y constituidos en depositarios de los tesoros de Dios. Nuestra sociedad debe dejar de rendir culto a los ricos, de buscar la manera de hacerlos más ricos, para poner a los pobres en el centro y enriquecerlos en su dignidad humana y espiritual. El mundo será distinto cuando optemos por dar antes que por acaparar; por servir antes que por esclavizar.

La semilla de la luz. No en vano el nacimiento del Señor ocurre en la oscuridad y el frío de la noche. El mensaje es contundente, Jesús viene como luz del mundo y como fuego. El evangelista Juan así lo presenta: “El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo” (Jn 1, 9). Hay zonas oscuras y frías en nuestra vida personal, familiar, comunitaria y eclesial. Necesitamos de la luz de Jesús. El poeta canta: “El mundo muere de frío, el alma perdió el calor; los hombres no son hermanos, El mundo no tiene amor”. Solo Jesús puede iluminar nuestra vida y calentar nuestro corazón.

La semilla de la paz. Las primeras palabras que se oyen en la gruta de Belén son de los ángeles, testigos divinos de la encarnación: Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Se cumple la profecía de Isaías: “Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que pregona la justicia, que dice a Sión: ¡Tu Dios reina!” (52, 1). Una necesidad urgente del mundo es la paz; a todos nos toca sumar a la paz, comenzando por la paz interior; trabajando por la paz en la familia y en el barrio; orando como Iglesia por la paz del mundo entero.

La semilla de la familia. No podemos pasar por alto la presencia de José y María en el pesebre, primero preparando y luego acogiendo a su hijo Jesús. Esa imagen debe hablar fuertemente a la humanidad hoy acerca del valor de la familia; hasta Dios quisto tener una. Eso no es un dato menor. Para Dios la familia es esencial y fundamental a la hora de pensar en un mundo mejor. Navidad nos llama a cuidar y proteger la familia, porque es donde mejor se entiende el amor de Dios. Sin familia no hay un nuevo mundo.

Las semillas las ha traído el Emmanuel, y están sembradas en nuestros corazones; nos corresponde cuidarlas, regarlas, abonarlas, para los que frutos no se hagan esperar.

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.

Última actualización ( Domingo, 24 de Diciembre de 2023 05:19 )  

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