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elisleño.com - El diario de San Andrés y Providencia.

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Un isleño en la olla de Asia

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Siento que a muchos les pasa como a mí, que veo, siento y disfruto los sabores y los placeres de nuestras islas sin estar allá, gracias al poder de la nostalgia. Ser parte de una comunidad multicultural que me da herramientas de adaptación a donde voy, y el formidable orgullo de haber nacido en un sitio único y especial a donde van de todo mundo.

Intento ahorrar la crónica de las consecuencias emocionales de volver al Asia después de una ausencia de cuatro años debido al Covid. Pero no puedo. El reencuentro con un paisaje, una cultura y una cocina tan distante pero tan familiar ha despertado una profunda nostalgia por Providencia que ayuda a superar la distancia.

Evocan profundas memorias y recónditas cargas emocionales que nutren aún más el inquebrantable anclaje emocional, intelectual y cultural que tenemos todos los isleños con nuestras islas. Llamarse isleño es un privilegio superior a ser de abolengo. Aunque, hay que decirlo, en nuestras venas sí corre sangre azul caribeña.

Una separación física involuntaria por precaución debido al intento de mejorarlas a través de una veeduría social que involucra contar lo necesario para poder liberarlas del peso de la corrupción, es atenuada y armonizada siempre por mediante un anhelo nostálgico por lo familiar de unas islas en constante movimiento por el peso del sincretismo cultural y la constante ‘creolización’ que da forma e identidad a la naturaleza creole de la mayoría de isleños.

Las islas no sólo están aquí conmigo en los olores, sabores, el paisaje montañoso, las flores, los árboles, sino también en las preocupaciones y en el intento de desarrollo sin comprometer la identidad, la cultura y el medio ambiente. Todo es parecido en un mundo completamente distinto.

Consuelo e identidad en la comida

La comida es de los enlaces culturales que más genera una conexión distante con nuestras islas y a la vez la habilidad de acercarnos a otros países, y así cerrar la brecha cultural con tierras lejanas y extrañas. A la diáspora raizal e isleña nos brinda consuelo, sentido de pertenencia y renovación del espíritu de apoyo a nuestras tradiciones.

Es un ancla tanto intelectual como emocional. Porque evoca poderosas fuerzas y un sentido de pertenencia que la distancia y los 30 años –en mi caso– de estar alejado no han reducido ni un ápice. Cada bocado desencadena recuerdos valiosos, despierta y acentúa aún más la intrincada relación que hay entre comida, memoria, nostalgia y compromiso personal y cultural con ‘la tierrita’.

Una profunda conexión que también permite entender cómo las experiencias culinarias dan forma a nuestras identidades y fomentan un sentido de pertenencia. Cada mordisco reconecta con nuestras raíces. Cada plato transmite historias de quienes nos precedieron, uniéndonos a nuestros ancestros y a sus lugares de origen. Son naves que conectan culturas y generaciones: los no raizales aman nuestro rundown y nosotros su sancocho. En el Asia me siento en una segunda casa.

Siempre busco similitudes con las islas, porque el ejercicio nutre aún más la experiencia y el aprendizaje. Estoy en Luang Prabang (Laos), sitio patrimonio de la humanidad. Aquí hay también mucho mango, coco, y ‘jumbalín’ (grosellas) que comen crudo con sal y picante. No hay ‘stinking toe’ (cañafístula) pero algo parecido que comen verde. Usan la flor del banano para hacer ensaladas y sazonan el pescado con ‘fever grass’ (limonaria). Con el ‘tambran’ (tamarindo) preparan mermeladas o una deliciosa salsa para la carne. Hay sabor y sustancia en todo.

Nosotros no comemos ranas ni serpientes como ellos, pero sí mucho arroz y cerdo, aunque éstos últimos fueron llevados al Caribe como parte de la empresa colonial europea y no por los chinos, los únicos asiáticos que hicieron un aporte al ADN cultural raizal.

Nuestra cocina se engloba en diversas culturas e influencias culinarias y evoca memorias de inmigrantes que formaron nuestra comunidad. Es una fusión de platos británicos, españoles, africanos, y amerindios (más recientemente costeños y sirio libaneses). Una combinación única. Los cerdos y el breadfruit llegaron de Jamaica y el arroz llegó con los españoles. Por eso la expresión entrañable de antaño que definía a los españoles como ‘paña rice guts’ (españoles, estómago de arroz).

Pero volver al Asia no es sólo una emocionante aventura culinaria. Es también poner en perspectiva las preocupaciones que muchos sitios como San Andrés y Providencia enfrentan. Ellos también pelean para que los cambios y la modernidad se aprovechen sin estrujar y lastimar lo que tienen.

Poco cambia en Luang Prabang, ubicada encima de una península sobre el majestuoso río Mekong, famosa por sus casas vernáculas y coloniales estilo francesas y por sus 36 templos budistas de inmenso valor histórico y de peregrinación. Ellos no se dejan abrumar por los turistas ni por las fuerzas de la modernidad y de la globalización. De hecho, su identidad y su pasado dictan su protección y su futuro, algo que no debemos olvidar en las islas.

Permite ver el desarrollo desde una perspectiva constructiva y no destructiva. De que manejar la dependencia económica en el turismo y a la vez asegurar una frágil cultura y espacio natural depende de un balance adecuado enfocado a orientar el turismo hacia lo cultural, la naturaleza y, desde luego, la comida, con modelos responsables y sostenibles que respalden fuertemente a las comunidades locales.

 

 

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