En este domingo la Palabra de Dios pone para nuestra reflexión la imagen más importante, la más bella y la más completa en contenido espiritual, la que resume todo el proyecto de salvación de Jesús. Se trata del banquete de bodas. Dice Jesús en el evangelio:
“Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo… y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta” (Cfr Mt 25, 1 – 13).
La fiesta de bodas es símbolo del reino de los cielos, de la vida eterna. Es el símbolo de la relación que Dios quiere establecer con la humanidad. La venida de Jesús al mundo ha sido con la figura del novio que viene a buscar el amor de la humanidad que es la novia. Cuando ese amor se hace visible es porque ha llegado el reino de Dios y podemos gozarlo desde ya por medio y que se prolongará en la eternidad. Dios quiere fiesta de bodas.
Solo los sabios pueden entrar a participar en la gran fiesta, no así los necios. Antes que pedir otra cosa necesitamos sabiduría para vivir en fiesta de bodas con el Señor. Para adquirir sabiduría, de nada sirve acudir a una aplicación de inteligencia artificial, es indispensable desearla y pedirla al Sabio por Excelencia, a Dios. Dice la Palabra de Dios, “La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven fácilmente los que la aman, y la encuentran los que la buscan; ella misma se da a conocer a los que la desean” (Sab 6, 12 ss). Desear y buscar la sabiduría espiritual es la mayor inteligencia del ser humano.
Esa sabiduría se manifiesta de diversas maneras en nuestro diario vivir. Comenzando porque nos mueve a ser precavidos y llevar no solo la lámpara sino también el aceite. La lámpara es la fe que recibimos en el bautismo, cuando el sacerdote nos dijo: “Reciban la luz de Cristo, para que, iluminados como hijos de la Luz, y perseverando en la fe, puedan salir con todos los santos al encuentro del Señor”.
El aceite es el amor, que se recibe como don, se conserva en lo más íntimo y se practica en las obras. Eso es lo que hacía el ciego Guno, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente; él era un hombre que una noche caminaba por las obscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida. La ciudad era muy obscura en las noches sin luna como aquella. Al doblar una esquina se encuentra con un transeúnte, que reconoce al de la lámpara. Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo y sorprendido le dice:
- ¿Qué haces, Guno, con una lámpara encendida en la mano, si tú eres totalmente ciego?
Entonces el ciego le responde:
- Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Conozco la obscuridad de las calles de memoria. Llevo la lámpara encendida para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí.
Este ciego, lleno de inteligencia espiritual nos enseña que aprovechar la vida mortal para hacer obras de misericordia es verdadera sabiduría, por eso la pasa haciendo el bien ahora, porque después de la muerte eso ya no es posible. Pero el aceite no se puede comprar, sino que se recibe de Jesucristo, él es la fuente del amor, y nos lo da como un don, un regalo que desde lo más hondo del corazón nos impulsa a vivir amando a Dios y a los demás. El sabio hace el bien el hermano, el necio solo piensa en sí mismo.
La sabiduría espiritual, además, nos mueve a vivir siempre con los ojos abiertos, siempre atentos, como dice el evangelio, “velen, porque no saben el día ni la hora.” La vigilancia caracteriza al sabio, mientras que el necio se duerme en sus laureles, se deja llevar por la improvisación, por la desidia, por la pereza, esperando que todo le caiga del cielo.
Y un último indicador de esta sabiduría es entender y vivir esperanzados en que la fiesta de bodas que hemos comenzado con Jesús aquí y ahora, se prolongará eternamente como dice san Pablo: “No queremos que ignoren la suerte de los difuntos para que no se aflijan como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él” (1 Tes 4, 13 s). El sabio espera, el necio desespera. El sabio visualiza el futuro lleno de esperanza; el necio no ve nada más que oscuridad.
La fiesta está lista, el novio no nos va a dejar plantados, más aún, si nos encuentra dormidos, nos despierta, lo importante es que no nos falte el aceite del amor. Respondamos como enamorados del Señor, y con el salmista oremos:
“Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansía de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua” (Salmo 62).