Dice el filósofo Jacques Derrida que sólo vale la pena perdonar lo imperdonable. Lo ‘perdonable’ es tan superfluo que no merece el esfuerzo. Se pregunta el pensador: ¿qué se perdona? ¿El individuo o el acto? ¿Perdono acaso al sujeto para poder seguir conviviendo con él y almaceno en un cuarto oscuro y sin ventanas su falta, para dejar que el tiempo la seque y la olvide? ¿O perdono el acto?
¿Perdono a la espada y el acto de ser herido? o ¿perdono al espadachín que conocía mis puntos débiles y los ha usado en mi contra? A quien con consciencia ha herido, más allá del rasguño sutil, empuñando espada, traspasando piel, sintiendo la resistencia de la carne, se ha topado con el hueso y ha seguido. ¿Lo perdono?
Del perdón se ha especulado todo. ¿Quién, cuándo y por qué se lo merece?, ¿qué necesita para ser válido?, ¿quién lo da?, ¿quién lo pide?, ¿que compromete?, si quiera, ¿existe? O es una variación sutil del olvido, una que pone tierra, de igual manera sobre cadáveres y semillas, y es que la falta, el ‘acontecimiento’, eso que se perdona, es nada más que el cadáver de un hombre que se ha tragado una semilla.
Al principio, como es de esperarse, hiede, se pudre, desagrada, incomoda. Nadie puede con el muerto en la mesa, será llevado lejos, donde su pestilencia se agote, será cubierto, primero en aceites, luego en una caja, más tarde con tierra. La falta –no la lacaniana, la falta como injuria– provoca el duelo completo a lo que sea que implique su presencia: se pierde confianza, respeto, se pierde la vida, la integridad: lo que sea que haya que ser perdonado, primero fue perdido. Y a eso hay que llorarlo, negarlo, responderle con ira, reconciliarlo, y luego… si el cadáver, como se había planteado, cargaba dentro una semilla, se hará espacio entre la piel y la tierra, para hacerse árbol.
Ese es un aspecto distinto. El perdón tomara el tiempo que necesite el árbol para usar el cuerpo como abono y romper el ataúd, pero solo habrán frutos si previamente el hombre, mientras estaba vivo, tragó la semilla. Si hizo de su vida una oportunidad de perdón, será perdonado, si tuvo los recaudos, para que no sea su falta lo único que dé él se recuerde, será perdonado.
La alternativa desprovista de rencor es el ´no perdón’ y equivale a que su vida se olvide y se haga polvo. El perdón es una transacción humana, economía de la humanidad, de lo intangible: ¿el perdón como recurso no renovable? O ¿el perdón como energía limpia? ¿Eterna? Es la moneda de la generosidad, el bien propio que se da solo con voluntad íntima.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.