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A trabajar para ganar el denario

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SANABRIA.OBISPOLa vida es bella y se vive intensamente cuando tenemos por qué vivir. Al final de la carrera de la vida tiene que haber recompensa, de lo contrario se pierde la ilusión. La gran noticia de este domingo es que al final de nuestro paso por este mundo, si hemos trabajado en la viña del Señor, nuestra paga será un denario (cfr Mt 20, 1 – 16).

El mundo se mueve con dinamismo cuando se propone metas. La meta del cristiano también tiene su dinamismo, si se plantea lo que dice el profeta Isaías: “Busquen al Señor mientras se le encuentra, invóquenlo mientras esté cerca” (Is 55, 6). La meta, según el evangelio, es ganar el denario, es ganar la vida eterna. Pero tenemos que meternos en el corazón el deseo del denario; con frecuencia nuestro deseo es el dinero, la fama, el conocimiento, etc. Isaías, vocero de Dios, advierte: “Mis planes no son sus planes, sus caminos no son mis caminos –oráculo del Señor–. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los suyos, mis planes que sus planes” (Is 56, 8s). Ojalá nuestros planes vayan en concordancia con el plan de Dios.

Con frecuencia nos sucede lo que narra la reconocida fábula de la liebre y la tortuga. En un hermoso campo vivía una liebre orgullosa, porque decía que era la más veloz y se burlaba de las patas cortas y de la lentitud de una tortuga. Un día la tortuga le propuso una carrera a la liebre, diciendo que ella podría ganarle pese a que la liebre era muy veloz.

La liebre sorprendida aceptó la apuesta y el día de la carrera la liebre corrió rápidamente, pero confiando en su rapidez, se sintió segura de su triunfo y se echó a tomar una siesta. Mientras la tortuga iba lenta, pero a paso constante, sin dejar de caminar. Poco después, cuando la liebre despertó, vio a la tortuga llegar a la meta y por más que corrió ya no pudo ganarle.

Para poder llegar a obtener el denario, Jesús nos da unas indicaciones. La primera, el camino del cristiano no es una carrera de velocidad, sino de resistencia y constancia; no existe una fórmula mágica para llegar a la cima, pero el trabajo constante, la disciplina y hábitos positivos son los que ayudan a triunfar.

Jesús lo afirma en la parábola de los jornaleros de la viña. Si fuimos contratados a la madrugada, a la media mañana, al medio día o al caer de la tarde, tenemos que trabajar como obreros incansables en la viña del Señor. La generosidad y el empeño diario debe ser la actitud del cristiano, que erradica la tendencia a llevar cuenta de las horas que trabajamos. El único camino a la felicidad es entregarnos totalmente a Dios y a los hermanos. Aprendamos de la tortuga a caminar lentos pero seguros, a paso constante, sin dejar de trabajar.

Jesús no tolera cristianos adormilados como la liebre, desentendidos de Cristo y de la Iglesia, confiados en que al final, como por arte de magia van a ganar el denario. Jesús no tolera que haya desocupados, deambulando por la vida, a todos nos necesita en su viña trabajando. Hoy tengo que decir que yo soy un obrero en la viña del Señor.

Segunda indicación, cuidado con la envidia. Es una inquietud mala, que no tolera que un hermano o una hermana tenga algo que yo no tengo. Y así, en vez de alegrarse porque otros tengan trabajo y obtiene el denario para vivir, optan por encerrarse en sí mismos, amargarse y cocinar los propios sentimientos, cocinarlos en el caldo de la amargura. Tenemos que dejar que Dios sea Dios, que sea bueno con todos, porque él es rico en misericordia; y más bien, tenemos que aprender de esa bondad de corazón en nuestra relación con los demás. La generosidad es el adorno del seguidor de Cristo.

Tercera indicación, trabajar en la viña del Señor es un privilegio. Testigos de esto son san Mateo, quien pasó de recaudador a ser un apasionado predicador de Cristo; igual que san Pablo, que pasó de perseguidor a discípulo. Los dos, considerados últimos, ahora son primeros. San Pablo, que dedicó su vida la dedicaría a exterminar el cristianismo, llegó a entender que lo más sublime era gastar su vida al servicio de Cristo, y afirma: “Cristo será glorificado en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir” (Fil 1, 20 s).

María también es testigo de mujer privilegiada, es un sarmiento perfecto de la viña del Señor, pues de ella brotó el fruto bendito del amor divino: Jesús, nuestro Salvador. Nosotros también tenemos que ser testigos, obreros llamados a experimentar el privilegio de trabajar en la viña del Señor. Los catequistas, los encargados de las comunidades eclesiales misioneras, los que trabajan en la pastoral social, infantil, juvenil, litúrgica, y todos los consagrados al Señor deben sentirse privilegiados por ser obreros de la viña del Señor. Que como la tortuga, caminen lentos pero seguros, muy constantes en su servicio y se entreguen sin pedir otra recompensa sino la de participar en la misión de Jesús y de su Iglesia.

No seamos como la liebre, no nos confiemos de que somos los mejores, ni nos durmamos sobre los laureles; más bien, “busquemos al Señor mientras se le encuentra, invoquémoslo mientras esté cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón” (Is 55, 6ss). “El Señor es cariñoso con todas sus creaturas” (Sal 144). Así que con ilusión a trabajar para ganarnos el denario.

 

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