El domingo es el día de las buenas noticias. Recordemos que fue un domingo el día que explotó la noticia más grande para toda la humanidad: ¡Cristo ha vencido la muerte y el pecado! ¡Ha resucitado y vive entre nosotros! Desde entonces, el domingo se ha convertido el día para escuchar noticias grandes que transforman la vida. En este domingo el Señor nos da una noticia muy hermosa: “el perdón es la mejor medicina”.
Existe la historia de un pececito al que le encanta comerse al caracolito. Cuando se ha engullido al caracolito, porque se lo traga entero, éste termina en el estómago del pececito, pero no muerto sino muy vivo. El caracolito empieza entonces a comerse el estómago del pececito hasta que se lo come todo, y el pececito muere. El caracolito sale enterito, bien gordito y vivito después de haber matado desde dentro el pececito.
Eso es lo que sucede cuando nos tragamos el rencor y la ira, que se van al corazón y nos carcomen por dentro. Para evitar eso, Jesús dejó la medicina del perdón. Y es tan poderosa que nos va liberando de cualquier caracolito por insignificante que sea. La medicina del perdón para que cumpla su efecto, debe ser tomada y compartida hasta 70 veces 7.
El primer movimiento del perdón es recibirlo, es decir, sanar el propio corazón. Es experimentar la caricia del perdón que suaviza la dureza de nuestro corazón. Esa caricia nos la da Dios por medio del abrazo del otro que brinda su perdón y también en el Sacramento de la Reconciliación.
Esta historia real es una más de tantas donde recibir el perdón salva a quien lo recibe. “Corría el mes de mayo de 1986, María tenía escasos 30 días de haber nacido en El Salvador. Por su corta edad ignoraba todo lo que sucedía a su alrededor. Ese día su madre de 19 años, la lleva al hospital para hacer su chequeo de salud. Al llegar, tomó asiento a la espera de ser atendida. Pasaban los minutos, la bebé se desesperó y comenzó a llorar.
De pronto una mujer desconocida, de aspecto joven, se mostró amigable con ella y se ofreció a llevar la niña afuera para consolarla, ella accedió. Pasaron cinco minutos y la mujer no regresó. La madre comenzó a sospechar que algo estaba mal y salió a buscarla. Pero aquella mujer, con su pequeña bebé, había desaparecido. El llanto y desconsuelo comenzaron a invadir su corazón, ella había sido una más de las víctimas del tráfico de menores en su país.
Como toda madre no pudo reponerse de la pérdida de su niña. Pasaron años y nunca se perdonó, culpándose, día tras día, por su ingenuidad. A los 30 años aconteció lo que menos se esperaba. En la televisión se relataba la historia de una joven francesa, de origen salvadoreño que había regresado en búsqueda de su madre. Justo ese día uno de sus hermanos vio el reportaje y concluyó que era la bebé que habían robado de los brazos de su madre.
La madre y su hija se reencontraron. Una mezcla de llanto y alegría invadió el momento. Aquella madre, después de aclarar a su hija lo que sucedió hace 30 años, recibió el perdón y la paz que por tanto tiempo había necesitado”.
Recibir el perdón, sana el corazón y hace que resucite el amor y la vida. Esta madre recibió la caricia de Dios por medio del abrazo de su hija. Cuanta necesidad y urgencia hay de recibir el perdón. Hoy es día para perdonar. No vivamos con deudas de perdón.
El segundo movimiento, es ofrecer el perdón como lo manda la Palabra de Dios: “Si un ser humano alimenta la ira contra otro ¿cómo puede esperar la curación del Señor?” (Eclo 28, 3). O lo que el mismo dice Jesús en la parábola de los dos deudores: “¿No tenías tú que tener compasión de tu compañero como yo la tuve de ti?” (Mt 18, 33).
Hay que ofrecer el perdón; por eso advierte la palabra: Cuidado con “el rencor y la ira, que son detestables y el pecador las posee” (Dt 27, 30). El rencor produce disgusto o enfado hacia aquella persona a quien consideramos causante de nuestros sufrimientos. La rabia cuando le da a un perrito es un virus mortal, y se transmite por la saliva; entre nosotros se transmite por las palabras. Tengamos cuidado porque la rabia, afina la puntería y se afilan las palabras para herir el corazón de quienes más amamos.
El perdón recibido y ofrecido es el corazón de la vida cristiana. El perdón es la mejor medicina que podemos recibir y ofrecer. El perdón permite el abrazo de la madre con su hija, y resucita la vida y el amor. El perdón nos hace hijos del Padre y hermanos de los demás. El perdón evita homicidios, divorcios, y suicidios, tan comunes hoy.
Cuando recibimos y ofrecemos perdón, estamos demostrando que pertenecemos a Cristo. San Pablo dice: “ya vivamos, ya muramos, somos del Señor” (Rom 14, 8), esta "aparente esclavitud" del Señor no es más que es un grito de libertad: no somos esclavos de los caracolitos del rencor, la ira, o la venganza, sino de Jesucristo, que es amor y perdón. “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia” (Sal 102)
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.