El enojo ciudadano podría ser el principal protagonista electoral si, como se anticipa en algunos sectores, los votantes isleños pasamos factura por la crisis institucional y los sucesos de corrupción. Esto genera optimismo, pero no hay certeza de que las acciones de los elegidos vayan a alinearse con las preocupaciones y necesidades de los isleños.
El optimismo a veces se alimenta de promesas que generan expectativas poco realistas de ser ejecutadas. ¿Podrá un nuevo voto castigo asegurar un horizonte de mejoras a las islas a través de menos irregularidades o más bien aprobará el status quo reinante?
En 2011 el entonces presidente Santos e enxhortó a los colombianos a votar contra la corrupción, pero los siguientes gobiernos departamentales terminaron enredados. Ello nos recuerda la colosal responsabilidad del voto. En este año electoral la principal pelea de ese voto democrático es de nuevo una lucha anticorrupción y un clamor por mayor atención a las urgentes necesidades isleñas, en el contexto de una falta de credibilidad en el liderazgo y en las instituciones y la debilidad del castigo como mecanismo disuasivo contra todo tipo las irregularidades.
Estamos a poco más de un mes de las elecciones y esta semana se conmemoró el Día de la Democracia, que nos recuerda la estrecha relación entre los dos hechos y sus significativas responsabilidades hacia los isleños y las islas.
Este año coinciden con un gobierno nacional que aspira entregar una sociedad más igualitaria a través de un gasto público mejor manejado. Pero es penosamente válido asumir que en las islas será algo inalcanzable si el voto no garantiza cambios en políticas públicas, procesos gubernamentales más transparentes y eficientes, una mayor conexión entre los isleños y nuestros gobernantes, nuevos actores políticos y propuestas viables y fiables.
Por eso la conducta de los votantes, el factor principal de sostenimiento de toda democracia y por ende catalizador esencial de todo cambio, se vuelve mucho más relevante. Debería servir para depurar los factores y actores negativos del proceso político e institucional de las islas de los próximos cuatro años.
La presente ola progresista ha catalizado la inestabilidad y las irregularidades de ya varios años y mal se haría en terminar legitimándolos. Un escenario electoral con énfasis en la corrupción podría ser también un ‘caballo de Troya’ para los corruptos y una trampa electoral para los votantes porque podría simplemente consolidar el no cambio.
Ninguna solución llegará con quienes han hecho de la irregularidad y el estancamiento al progreso isleño un modo de vida e impiden que el voto se alinee siempre con las preocupaciones de la opinión pública. El control a la corrupción debe ser transversal en todo para terminar con la permanencia de una estrategia institucional que ignora nuestros problemas y nos empuja hacia el retroceso.
Fórmula keynesiana
Por eso, además de la calidad, trayectoria e ideas de los candidatos, es también esencial enfocarnos en estrategias para aterrizar ideas encaminadas a sacar adelante a las islas, más ahora que tenemos abierta una gigante ventana de oportunidades no solo para depurar sino también montar un escenario realista, innovador y regenerador, exento de melodramas.
Para ello es esencial que los actores políticos e institucionales, los gremiales y la reivindicación étnica y social coordinen sus esfuerzos a favor de las islas. Las proyecciones de estancamiento económico, la crisis institucional, el aumento insostenible de la violencia y una corrupción desenfrenada, claman por un proyecto regional de recuperación y rehabilitación con un plan urgente de desescalada del problema de inseguridad sin lo cual es imposible avanzar y que tiene en jaque a muchos.
La historia nos ha enseñado que las mejores oportunidades de cambio y renovación vienen tras una crisis. Nos sirven las agudas observaciones del economista británico John Maynard Keynes: ‘Entramos en un círculo vicioso: no hacemos nada porque no tenemos dinero, pero es precisamente porque no hacemos nada que no tenemos dinero’.
Como a él, nos atemorizan las consecuencias de quedarnos quietos. Y es que no podemos porque la historia y la nueva generación nos van a responsabilizar. Solo se lograrán resultados restableciendo la fe en lo público y asegurando que nuestros gobernantes estén a la altura de los desafíos, algo que el voto debería auspiciar.
Es también importante partir de la convicción de que no todo está perdido en las islas. No debemos refugiarnos en el fatalismo de la derrota ni tampoco aceptar la cómoda narrativa del limitado castigo alegando que ‘roban pero hacen algo’. Porque en los actos de corrupción no vienen implícitos pactos de perdón y olvido.
El espacio de optimismo electoral que surge de una coyuntura de irregularidades y de deslegitimación, debería servir para entregar resultados políticos que acorralen la irregularidad y alejan a las islas de estar –como en los últimos cuatrienios– sumidos en un interminable tobogán, sino más bien, subiendo al fin los peldaños del progreso social y económico.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.