Las ambiciones personales de algunos políticos, que disfrazan con brillante palabrería en tiempos de campaña electoral, son las que han vuelto despreciable la política. Y son estos los que han convertido la política moderna en un gran fraude y el quehacer político en una farsa. Sin embargo, nadie parece darse cuenta de ello.
Según la Fundación Pares, hay 96 candidatos cuestionados en contienda. De estos, 71 ya habían sido advertidos como un riesgo para la democracia, y 25 eran nuevos candidatos cuestionados. Los hay incursos en parapolítica, investigados por la Procuraduría o Contraloría, líderes de clanes políticos y sospechosos en casos de corrupción.
Este fenómeno resulta difícil de explicar. Puesto que no es sencillo entender que haya gente dispuesta a reelegir a estos personajes o a poner a sus calanchines en los puestos públicos de la mayor importancia. ¿En qué radica el problema? A simple vista podrían verse distintas raíces: ignorancia, escasa instrucción política, desinformación, engaño, pensar acríticamente, en fin.
Pero dónde está el sentido común. Pues, hay tal cantidad de candidatos a las alcaldías y gobernaciones, asambleas y concejos (es decir, más manos ofreciéndose a hacer obras que obras por hacer), que salta a la vista el interés desenfrenado de muchos en hacerse elegir para manejar los recursos públicos, sin ningún respaldo ético, y peor aún: ni capacitación, ni conocimiento del funcionamiento del Estado, pero es como si nadie lo viera.
Decía Mahatma Gandhi que uno de los factores que destruyen al ser humano es la política sin principios. Si esta reflexión tuviera eco en los ciudadanos, nadie votaría por una persona subjúdice en las próximas elecciones. ¿Qué ocurrirá? ¿Caerá la ciudadanía otra vez en la trampa del engaño? ¡Quién sabe! No son muchas mis esperanzas.
Para colmo, la polarización reina en el ambiente. Que salgamos a votar verracos, como en el plebiscito del 2016, es lo que pretenden muchos candidatos. Sus voces alientan la división para reinar en vez de la argumentación para razonar.
Son expertos manipuladores, embusteros, y ven a los ciudadanos como simples marionetas. Y como cualquier político tramposo usan las emociones del electorado para su propio beneficio. Como aquel que llama a la gente a unírsele para trabajar juntos, pero en realidad lo que quiere son áulicos. O apéndices.
El debate entre las corrientes políticas, ya sean de la derecha y la izquierda, del centro y alternativos, deberían conducir a entender el uno al otro, y no pretender su eliminación. A veces, cambiar el punto de vista convierte ciertas imperfecciones en virtudes y permite apreciar mejor un trabajo.
¿Qué diferencia debería marcarse en los comicios por venir? La que hay entre la palabra y los hechos. Más que hablar de corrupción es necesario actuar cortándole el paso. Y para ello, el voto bien informado de los ciudadanos es la clave.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.