Hay grupos de WhatsApp creados con la intención de hacerle daño a otro. Cuando se crea un grupo se extiende un arrebato por escribir y compartir lo privado. Los encuentros con los otros son digitales, rápidos, de momento. Antes se escribían cartas de amor…
Durante la segunda guerra mundial una carta sostuvo la espera. Si tuviera que escribir una carta ¿quién sería el destinatario? Soltaría mi corazón a pedazos entre las líneas. El final estaría firmado con letra suelta.
Las tarjetas de invitación a una fiesta ahora son digitales, da tedio leer los mensajes largos de WhatsApp y las notas de voz extensas se dejan sin revisar. En ocasiones reviso mi mensajería de Facebook, algunos saludan con una manito o dejan un texto con mala ortografía. El acercamiento virtual en todo caso tiene un contenido sexual. Hay quienes se expresan con emoticones e imágenes así encierran la conversación.
Se dejó de escribir a mano. Se envían correos electrónicos que conectan al instante una persona con otra, aunque ella esté en un lugar remoto. También se exagera de los filtros, estos devuelven una imagen distinta del ser. Una imagen irreal. Se contempla la desfiguración de las personas.
Parece utópico, pero hay grupos de WhatsApp en el que toda una población hace parte. Se aglomeran los participantes como lobos hambrientos, envían fotos y videos que hablan más de ellos mismos que de los protagonistas de los hechos.
No se soporta el tedio. Las actividades que resultan aburridas se practican cada vez menos. Hay vivencias espectáculo. Alguien se asoma por la ventana y graba una riña con la intención de aportar un guion al siguiente acto como en un circo. O se detiene frente al lamento de los otros y lo graba todo…
Estos grupos de WhatsApp tienen días para rumiar la envidia. Los otros días son mortecinos. En un pueblo pequeño se sabe quién hace parte, aunque la persona se haga pasar por incognito.
¿Qué escribir en una carta? ¿Cómo narrar las experiencias? Cada vez hay menos experiencias que pasan por uno y más grupos de WhatsApp.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.