Cada domingo el Señor nos ofrece un verdadero banquete; con su sabiduría llena nuestro corazón de ilusión para caminar por las sendas del bien, y con su cuerpo y su sangre nos fortalece para poner todo de nuestra parte y ayudar en la construcción de una sociedad según el corazón de Dios.
Hay dos maneras de gastar la vida, una es con la mentalidad de Dios, y la otra con la mentalidad del mundo. Nosotros somos como un jugador de fútbol en medio del estadio; la barra a favor gritará para alentar; y la barra enemiga para distraer y llenar de miedo.
Eso sucedió a un grupo de ranas que viajaba por el bosque, de repente, dos de ellas cayeron en un hoyo profundo. Todas las demás ranas se reunieron alrededor del hoyo. Cuando vieron cuán hondo era el hoyo, las ranas de arriba dijeron a las dos ranas en el fondo que para efectos prácticos, debían darse por muertas.
Las dos ranas no hicieron caso a los comentarios y siguieron tratando de saltar fuera del hoyo con todas sus fuerzas. Las otras seguían insistiendo que sus esfuerzos serían inútiles. Finalmente, una de las ranas puso atención a lo que las demás decían y se rindió. Luego se desplomó y murió.
La otra rana continuó saltando tan fuerte como le era posible. Una vez más, la multitud de ranas le gritaban y le hacían señas para que dejara de sufrir y que simplemente se dispusiera a morir. Pero la rana saltó cada vez con más fuerzas hasta que finalmente logró salir del hoyo.
Cuando salió, las otras ranas le dijeron: “nos da gusto que hayas logrado salir, a pesar de lo que te gritábamos”. La rana les explicó que era sorda, y que pensó que las demás la estaban animando a esforzarse más y salir del hoyo.
En nuestra vida siempre vamos a encontrar a quienes nos apoyan y a quienes desean vernos muertos. El profeta Jeremías narra ese drama interior. Por un lado, Dios lo llama para que sea su profeta, para que acerque el corazón del pueblo al corazón de Dios, y que promueva el derecho y la justicia. Esto atrae poderosamente a Jeremías, por eso escribe: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste” (Jer 20, 7). El profeta rendido ante Dios comprometido con Él.
Sin embargo, cuando sus amigos se dan cuenta de lo sucedido, emprenden una arremetida violenta, a tal punto que el profeta dice: “Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí”. Era tan fuerte el grito de los supuestos amigos, que Jeremías alcanzó a dudar, y lo escribe así: “La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía” (Jer 20, 7 – 9).
Esto sigue sucediendo. Todo aquel que sienta la voz de Dios que lo llama a servir en la obra evangelizadora que adelanta la Iglesia, enfrentará burlas, críticas que intentarán sacarlo de las manos del Señor. Que ojalá tengan la valentía de Jeremías para entregar su vida a Dios.
San Pablo libra también su propia lucha interior, y debe decidir entre servir a la ley de Moisés o servir a Cristo el Señor. La victoria fue de Cristo y cautivó el corazón de Pablo. Convencido de que es mejor entregar la vida por Cristo, instruye así a los romanos: “No se ajusten a este mundo, sino transfórmense por la renovación de la mente, para que sepan discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”.
Jesús no es ajeno a esta misma lucha. Por un lado, él quiere hacer la voluntad de su Padre, y sabe que tiene que entregar su vida hasta la muerte en la cruz. Pero, por otro lado, Pedro lanza el grito: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte” (Mt 16, 22) El grito de Pedro es el grito que el mundo lanza a todo aquel que quiere comprometerse con la justicia, con la verdad, con la paz, con la honestidad, con el bien.
Ese grito cobarde busca amedrentar a los jóvenes que están escuchando la voz de Dios que los llama; asustar a los padres de familia que quieren vivir sus compromisos matrimoniales; desanimar a los líderes que luchan por el bien de sus comunidades. Queremos un cristianismo sin compromiso, sin cruz, sin sacrificio, sin entrega. Jesús aprovecha para decir que todo aquel que desanime a quien busca el bien de la comunidad, ese es un aliado de Satanás.
La lección de cómo de gastar la vida, la da Jesús: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla?» (Mt 16, 24 – 26).
Tenemos que cerrar los oídos para no escuchar los gritos del mundo que nos quiere ver muertos, y abrirlos para escuchar la voz de Dios que nos quiere como colaboradores suyos en la construcción de un mejor mundo. María lo entendió a perfección, por eso de declaró la humilde esclava del Señor. La vida es bella cuando se entrega a Dios y a los demás, como la entregó Jesús.