Durante estos domingos estamos meditando lo que podemos llamar el corazón del evangelio, Jesús nos habla de su Reino como su enseñanza trascendental y más importante. Para entender un poco mejor lo que significa el reinado de Dios, Jesús nos propone las parábolas del tesoro escondido, la perla fina...
… la red y el baúl de donde se sacan cosas nuevas y viejas, en las cuales encontramos unas claves para la felicidad, y las tenemos que poner en lo profundo de nuestro corazón (Cfr Mt 13, 44 – 52).
La primera clave de interpretación: Reino de Dios y felicidad son lo mismo. El Reino de Dios consiste en construir felicidad para todos. Tanto el labrador de la tierra queda lleno de alegría por el tesoro encontrado, como el negociante de perlas queda fascinado con la perla que ahora tiene en sus manos. Fuimos creados para ser felices, ese es el tesoro en el campo y la perla de más valor.
Tenemos que aprender a ser felices como Jesús, él es el prototipo de la felicidad y promotor del Reino de Dios; él no vive para sí mismo, sino total y exclusivamente para la causa del reinado de Dios; no tiene el corazón enconado de odio, no es un descontento crónico, tampoco es un perdedor ingenuo, ni un fanático implacable que impone su punto de vista; es un hombre libre, plenamente entregado y lleno de humanidad; actúa con alegría y fascinación. La felicidad consiste en vivir cada momento como lo vivió Jesús.
Nadie es feliz con lo que ofrece este mundo, porque la felicidad no la da el mundo, la da Dios. La felicidad no está en los bienes materiales, ni en los placeres mundanos. El carro de lujo, la ropa de marca, el turismo exótico, los placeres comprados, el respaldo de la fama, el dinero en los bancos no son garantías de felicidad. Cuidado con los planes mentirosos de felicidad que ofrece la sociedad de consumo.
Cuando Dios es nuestra perla más valiosa, cuando su palabra es la que nos ilumina y su amor el que nos sostiene, la felicidad no se hace esquiva, sino que aparece radiante en cada momento de la vida. la felicidad viene de dentro, pero se hace visible; la felicidad está en tener a Dios, en conocerlo, amarlo y servirlo. Para san Pablo, desde siempre, en el plan de Dios fuimos predestinados para la felicidad; para eso nos llamó Dios, por eso nos justificó y ofreciéndonos la felicidad nos glorificó (Cfr Rom 8, 28 – 30).
Segunda clave, para poder obtener el tesoro y la perla hay que trabajar duro el campo y vender nuestras posesiones, porque la felicidad es costosa. Trabajar duro y vender todos los bienes significa dejar de dedicarle tanto tiempo a lo que no da felicidad, dejar de desgastarnos en la búsqueda de dinero y placeres pasajeros, para dedicarnos a tener a Dios en el corazón.
Podemos estar llenos de dinero y dispuestos a comernos el mundo viajando y disfrutando, pero si Dios no es dueño de nuestra vida, todo eso no es más que un anestésico para evitar el dolor del corazón que se siente vacío. La felicidad es el único objetivo honesto por el cual vale la pena vivir y luchar. Una persona que ha encontrado la felicidad tiene que asegurarse que nadie le va a quitar el campo donde está el tesoro, ni la perla de más valor. Hay que asegurar la felicidad. Por la felicidad hay que sacrificar todo lo demás. Hay que apostar todo con tal de ser felices. No dudemos en apostar todo por aquello que nos llena el corazón de felicidad profunda y verdadera.
La tercera clave es que la felicidad es ofrecida para todos. El tesoro del campo lo descubre el humilde labrador, la perla de más valor la descubre el afilado comerciante, y la red recoge todo tipo de peces. Dios es Padre de todos, y no quiere que ninguno de pierda. Ricos y pobres, grandes y chicos, los que viven buscando la perla de gran valor y los que encuentra de improviso el tesoro, todos tienen cabida en el reino de Dios.
La cuarta clave es el discernimiento; No todo lo que brilla es oro, ni todo lo que promete felicidad es cierto. Los expertos en vida espiritual dicen que el discernimiento es una danza, de comunicación de deseos: entre mis profundos deseos y los hondos deseos de Dios. En cada momento se requiere hacer el ejercicio del discernimiento, porque la felicidad viene disfrazada de amargura.
Discernimiento fue lo que pidió Salomón al Señor: “Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?” (1 Re 3, 7s)
La felicidad es una búsqueda permanente y viene mezclada con la infelicidad, por lo tanto, nos corresponde estar sacando lo nuevo y lo viejo, vivir en constante revisión de vida, en permanente actitud de discernimiento. El reino de Dios necesita este tipo de personas, que como Salomón le apuesten a la búsqueda de la sabiduría en favor de bien de su pueblo, que pongan el bien común por encima de la búsqueda de riquezas egoístas que lo posicionen como el más rico del mundo.
Señor, gracias por ofrecernos la felicidad. Danos el don del discernimiento para saber qué es lo que produce la felicidad; ayúdanos a desprendernos de lo que se opone a ella; que trabajemos y vendamos todo con el fin de alcanzarla y de hacer que este mundo sea más agradable para todos.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.