El pasado 18 de julio se dio a conocer ampliamente a través de los medios de comunicación la noticia que se ha presentado el “Primer mapa de la impunidad por corrupción en Colombia”. Hecho que muestra el interés de combatir el mayor y más dañino flagelo en la Nación: la corrupción.
Según se observa, en un informe divulgado por el Secretario de Transparencia de la Presidencia de la República, Andrés Idárraga, se observa una “eficiencia" del 0.9%” y el Departamento Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina ocupa el primer lugar en la lista de impunidad.
Lo "simpático" de esta historia es que no se trata de un simple negocio de esquina, se trata de todo un departamento y su población. Cabe mucho por pensar de la célebre democracia, que para el efecto está desvirtualizada. Habrá quien opine que "eso pasa en todo el país", pues que eso sea así no es un aliciente, sino un agravante.
No vale tildar un gobierno de tal color político o del otro. Esto se ha enquistado como una enfermedad, sin importar qué partido sea. Para la memoria se trae a colación la columna de opinión de Gustavo Páez Escobar cuyo título es “Cuando la sal se corroe” publicada en 2009 en el periódico El Tiempo.
Impacta saber que desde esas fechas se tenga como dogma frases de cajón como “es la misma que invade al país entero: “¡Déjelos, no sufra, que aprovechen su cuarto de hora!”.
La elecciones se han vuelto una fila de ciudadanos con camisetas del color del peculado o de la impunidad, del despilfarro público, del CVY y felices cual borregos cimarrones, seguidores de un partido camino a las urnas a perpetuar éste día por cuatro años más de lo mismo.
¿Partido? partidos nosotros, los ciudadanos con la bancarrota estatal y sin esperanza alguna que éste cese.
El lado positivo, si así se puede decir, es que este mapeo de la impunidad por corrupción elaborado por la Secretaría de Transparencia de la Presidencia de la República muestra voluntad política necesaria en el país. Prueba de ello es que hace visible el vergonzoso indicador del 0.9% de eficiencia de los entes de control.
Para cerrar, la invitación es a que se valore lo que ha logrado hacer en estas islas oceánicas. Observe, amigo lector, que sin la infraestructura adecuada San Andrés se hunde en un letargo económico inaguantable, igual o peor que lo sucedido con el COVID, en donde todo lo obtenido servirá para muy poco o nada.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.