Cada domingo el Señor nos alimenta con su cuerpo y su sangre, y nos da lecciones profundas de vida espiritual para que ayudemos a hacer del mundo un hogar fraterno. Hoy nos encontramos con la parábola del sembrador, que ciertamente es de las más conocidas y más queridas en la tradición cristiana.
El mundo está urgido de que en los corazones de las personas y de las instituciones sea sembrada la Palabra de Dios. El mundo reclama a gritos la paz, la justicia, la reconciliación y la fraternidad. Es por eso que se hace urgente sembrar la Palabra de Dios, que es semilla que produce buenos frutos para nuestro mundo.
Quiero organizar la reflexión en los tres momentos que tiene una cosecha; la siembra, el crecimiento; y la recolección de los frutos. Utilizaré palabras que comienzan por S, para describir algunos elementos que intervienen en la parábola.
Comencemos con el momento de la siembra y destaquemos dos elementos; el más importante lo ponemos con la S de Semilla. Si bien es cierto que para una cosecha entran en juego el clima, el terreno, el cuidado, sin embargo, la cosecha va a depender en gran medida, de la semilla que se siembre. La semilla no es otra que la Palabra de Dios.
Todos necesitamos escuchar palabras que nos sanen las heridas, que nos levanten de los golpes y nos llenen de esperanza; que muevan nuestros corazones para amar con todas las fuerzas, que nos desarmen de odios y violencias para que aparezca la paz. Esas palabras solo pueden venir de Dios. Hacemos un gran bien a la humanidad cuando sembramos la Palabra de Dios, cuando la escuchamos, la cumplimos y la enseñamos a los demás.
El segundo elemento lo ponemos con la S de Sembrador. “Salió el sembrador a sembrar” (Mt 13, 4) La semilla requiere quien la siembre. Los sembradores somos todos los cristianos. Nuestra tarea es sembrar; cosechar es labor de Dios. Desde el Bautismo fuimos constituidos sembradores. Sembramos la Palabra de Dios con el buen ejemplo que damos a los niños; con el cumplimiento del deber en nuestro sitio de trabajo, con el consejo oportuno a quien lo requiere, con el anuncio de la Palabra de Dios a quienes necesitan oír de él; con la presencia consoladora en momentos de dolor, con las manifestaciones de caridad a los hermanos necesitados. Todos estamos contratados para sembrar la Palabra de Dios.
En el mundo sobran cosechadores y faltan sembradores; hay muchas personas que están a la caza de beneficios, que buscan apoderarse de lo que no han sembrado, acumulando bienes ajenos ante la mirada triste de los pobres. El mundo requiere de sembradores, que rieguen semillas de Dios en los corazones de las personas.
El segundo momento de la parábola es el crecimiento, aquí interviene violentamente un enemigo cuyo nombre empieza por S, de Satanás. Lo advierte el mismo Señor cuando dice: “A todo hombre que oye la palabra del Reino y no la entiende, le llega el diablo y le arrebata lo sembrado en su corazón” (Mt 13, 19). El demonio utiliza varias estrategias para evitar que la semilla de fruto. Todas comienzan por S
Lo primero que hace Satanás es saquear. Dice la parábola que “unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron” (Mt 13, 19). Satanás se comporta como un ave de rapiña, atento a robarse la semilla, y es capaz de escarbar y sacar aún la semilla que está bien sembrada. El demonio quiere evitar a toda costa que los creyentes escuchen, lean y oren con la Palabra de Dios; lucha para endurecer y enfriar el corazón ante la Palabra de Dios, de tal manera que no haya profundidad espiritual y no pueda fructificar allí la Palabra de Dios. Cuando la pereza nos agarra, cuando nos falta deseo de escuchar a Dios y participar de la Eucaristía es porque el demonio nos está saqueando espiritualmente. Tengamos cuidado.
La segunda estrategia que Satanás utiliza es con la S de sofocar. Dice la parábola: “Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron” Mt 13, 20). Cuando nos dejamos atrapar por el corre-corre de la vida y comenzamos a recortar nuestra comunicación con Dios, es porque el demonio nos está sofocando por los afanes del mundo.
La tercera estrategia de Satanás se menciona con la S de seducir. La seducción consiste en poner el corazón otro amor por encima de Dios; y con frecuencia le damos el corazón a las riquezas. Dice Jesús que “lo sembrado entre los espinos representa a aquel que oye la palabra, pero las preocupaciones de la vida y la seducción de las riquezas la sofocan y queda sin fruto” (Mt 13, 22).
Cuando el afán por el dinero y por los bienes atrapa nuestro corazón a tal punto que no tenemos tiempo para Dios, ni lo ponemos como centro de nuestra vida, eso es obra del demonio para alejarnos de Dios. Es bueno liberarnos de esos intereses para que la Palabra de Dios tenga campo de acción en nosotros.
El tercer momento de la parábola hace referencia al resultado, a la cosecha final, y lo ponemos con la S de siega. Dice la parábola: “lo sembrado en tierra buena, representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto: unos, el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta” (Mt 13, 23). Para que el fruto sea bueno y abundante se requiere oír la Palabra y entenderla para luego llevarla a la práctica.
La labor de siembra implica esfuerzo y sacrificio. Es aquí donde nos alienta el apóstol san Pablo a poner todo nuestro empeño en esta tarea, por eso dice: “Los sufrimientos –por la siembra de la Palabra– no se pueden comparar con la gloria que un día se manifestará, cuando la humanidad sea liberada de la esclavitud de la corrupción, para compartir la gloriosa libertad de los hijos de Dios… Los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, anhelando que se realice plenamente nuestra condición de Hijos de Dios” (Rom 8, 18 – 23).
La Palabra de Dios tiene la fuerza suficiente para transformar nuestra querida Patria y el mundo entero. Liberándonos de la corrupción, la injusticia y la maldad. Dice el profeta Isaías: “como baja la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y haberla hecho germinar… así será la palabra que salga de mi boca. No volverá a mí con las manos vacías (Is 55, 10 – 11) Cuando la escuchamos y la ponemos en práctica podemos cosechar muy buenos frutos. Declarémonos sembradores de la Palabra de Dios.