El día de ‘salida’ se vuelve para algunos un motivo de celebración tan importante que compite con un cumpleaños o ganarse la lotería. Y están aquellos para los que el ‘afuera’ siempre fue una obligación y, en contraste, muy pocas veces un gozo.
Él con su neurótica personalidad, convertía ese día en una a lista de pendientes y obligaciones que no eran solucionables-online.
En su última diligencia del día ‘afuera’, debía dirigirse a una óptica para renovar la ya caduca fórmula de los lentes. La primera de las puertas que se veía obligado a atravesar tenia uno de estos dispositivos que detectan el movimiento para abrirse. Esos aparatos y la ciencia que los sustenta, siempre le provocaron una mezcla de fascinación y temor, ambas respaldadas por el hecho de que, en una asombrosa constancia, estas puertas no parecían detectarlo.
Confiado en el movimiento que derivaba de su andar, siguió caminando hasta que su cara encontró el transparente obstáculo. Dos pasos hacia atrás y con una vergüenza sosegada, la mitad de su cerebro se activó delirante: “¿acaso estoy muerto? ¿Acaso morí en la noche y por eso no abre la puerta?”.
Casi de inmediato, otra área de su mente se encendía con una asociación estática: síndrome de Cotard. En este trastorno delirante el paciente cree con firmeza que ha muerto, su pensamiento puede ir desde percibir su propia putrefacción, hasta creer que es invisible.
En lo que esto pasaba, la totalidad de su sentido común susurraba: no estás muerto, solo estás loco. Y sin que esa idea fuera más tranquilizadora, siguió el camino hacia la óptica.
Llegó tarde.
Deslizando la segunda puerta transparente que tenía en su camino, una mujer que parecía ser la optómetra hacia señas: ya había terminado su labor del día. Sacó la mitad de su cuerpo, mientras sostenía con guantes de látex una libreta, explicando que, aunque ya no haría el examen, podría agendar una cita para otra ocasión. Pero, como subproducto de la epidemia, los días en la calle son escasos y era probable que no pudiera asistir.
Pidió entonces el documento de identidad y dijo eso que era lo único que podría competir con el incidente de la puerta que no lo percibía: “¡Usted es un ocho, y los ochos solo pueden salir martes y domingos!”.
En esa fracción de minuto, imaginó un desfile de ochos en las calles de la ciudad, un domingo convertido en un muy bizarro episodio de Plaza Sésamo.
El desconcierto en su cara la obligó a ampliar su explicación. Habló de la medida que se ha llamado ‘pico y cédula’, y solucionó el futuro problema proponiendo una carta magna que declararía su no solicitada independencia por un día más.
De regreso a casa, lo que fue una simple salida a buscar salud visual, se había convertido en una aventura zombi de ochos en desfile de domingo. Volvió sonriendo: por lo que a él respectaba, todas sus necesidades de libertad, vivían en las absurdas asociaciones que hacia su cerebro y en su pandémica imaginación.