En esos tiempos de crisis, con sus esperadas e inevitables consecuencias sociales, económicas y políticas, sin duda, el arte y la cultura son una vía de escape, la posibilidad de desconectarse de una realidad morosa y angustiante. La música tiene un don: es algo que nos acerca y nos une.
La música es necesaria, es parte de nuestras vidas: la inmensa mayoría de la humanidad se la goza desde tiempos eternos. Parte de nuestro privilegio como humanos está en poder tocar, escuchar, bailar ritmos y melodías, poder viajar mentalmente en el tiempo y el espacio, descubrir sonidos modernos o ancestrales.
Con la globalización y la mundialización, se han ido rescatando, promoviendo, y mesclando músicas de todas épocas y lugares, con tecnologías e instrumentos actuales, abriendo nuevos horizontes, nuevos procesos de creación y nuevos negocios para bien y para mal.
La calidad musical
Siempre es delicado hablar de eso, es un universo inmenso y por esas tierras, se encuentran grandes maestros y mucho talento, pero me impacta mucho ver como se encuentran preocupaciones de tres reconocidos productores musicales, cuyas reflexiones comparto, sobre la calidad y la diversidad de la creación musical, en esos tiempos.
Para el inglés Richard Blair, desde Bogotá, “La música también es un espejo de la mala época que estamos viviendo. Es un momento muy raro de la industria en el que prima la plata. Ya, la música no importa tanto, lo más relevante de un artista es la imagen, lo visual, el mercadeo, el internet, eso va superando al contenido melódico. La música se está convirtiendo en algo parecido a la televisión.”
Lastimosamente la esperanza inicial cuando apareció internet, en épocas de la llamada piratería cuando se copiaban discos o se mandaban archivos ilegalmente, no ha tenido los efectos esperados: claramente volvieron los ‘majors’ y el predominio de artistas masivos muy implicados en el business music dejando nuevamente una floja porción para las músicas diversas, independientes, autóctonas y de gran calidad interpretativa.
La llamada música comercial empezó a crear una tendencia hacia ‘abaratar contenidos y procesos’; justamente el sanandresano Robert Taylor, desde Miami se preocupa con la actitud de jóvenes “dejando de lado lo bien hecho por lo que funciona, con muchas veces lamentables referentes estéticos y liricos; denigrando una labor de musicalización que es muy importante, con gente profesional y talentosa, trabajando con investigación, conceptos y referencias, recibiendo reconocimientos”.
El llamado boom tecnológico, con el auge de las redes, técnicas y nuevos consumos, aceleró un fenómeno que tapa progresivamente la creatividad diversa por una tendencia peligrosa, de masificación e informalización de contenidos y de gustos.
El antioqueno Juancho Valencia, desde Medellín, observa que “el 75 % de la música en Spotify está en Sol mayor: la analogía sería como si en la imagen el 70 o 80 % de las películas o fotografías o TV novelas solo utilizarán esos colores (naranja, rojo, rojo oscuro); es una saturación increíble de una sola gama. Muy parecido a echarle azúcar a todo, al pan, a la arepa, al jugo, a todo”
Alguien se ha preguntado que le pasaría a Colombia si sus flores no duraran tanto, si su café fuera de aroma cualquiera, sus aguacates pequeños y sin sabor, sus paisajes dañados, sus playas contaminadas, su diversidad cultural ahogada, su música sin sabor o sin autenticidad.
La ‘robotización’ de los gustos
La gente consume cada vez más siguiendo las indicciones que el ‘big brother’ nos envía, ya ni se busca ni se investiga: con Spotify pasa lo mismo que con las recomendaciones de Netflix para ver series y películas, tenemos la playlist para cada actividad del día: querido computador robot, por favor, ponme música para hacer meditación, para hacer deporte… ponme música para cocinar, ponme música para hacer el amor, ponme música para trabajar sin aburrirme… dime a que concierto debo ir o ver por internet, que debo consumir, donde debo vivir, quienes deben ser mis amigos…
Hemos entrado en la era del consumismo acelerado sin criterio ni ganas de saber de dónde viene lo que se consume, entregando nuestra libertad y criterio a una inteligencia exterior que nos observa en cada momento; nos limitamos, nos privamos, nos entregamos, pero no queremos darnos cuenta.
Todos los países pueden desarrollar sectores y know-how tecnológico, en lo cual suelen ser los norteamericanos, chinos o indios los más exitosos, los que ganan e imponen sus reglas, volviendo otros países dependientes de su consumo interno volviéndose ‘maquiladoras’ de contenidos.
El mercadeo de la música
Hoy en día ser manager de artistas, promotor de conciertos, productor de contenidos, requiere tener habilidad con las herramientas tecnológicas, el dominio de las estrategias de pauta en redes sociales, saber de negocios de suscripción y posicionamiento en listas de difusión, usar los estudios sobre palabras más eficientes en recordación, algoritmos,-machine learning, deep learning, con los datos que se tienen gracias a todo lo anterior, y hasta en ciertos géneros, la manipulación de las cifras de vistas para conseguir likes o views, el uso de máquinas para transformar voces y tonalidades de cantantes sin talento, la repetitividad de los beats, la mono temática y el molde de los formatos estéticos, para una producción de contenidos cada vez más uniformizada.
El marketing digital, la inteligencia artificial y la monetización, son palabras de moda en un ecosistema musical que está buscando reinventarse, con gente entusiasta y brillante en la e-música, desarrollándose en un panorama amplio de nuevos negocios, oficios, conceptos alrededor de la experiencia musical, aunque, como van las cosas, son esas mismas habilidades que algún día un computador podrá hacer solo. Nada romántico y algo desilusionante la verdad para quien vivió otras épocas…
Donde está la pasión, la locura , la sensibilidad artística, el don para descubrir y desarrollar talentos, la dedicación para proteger la creación, el rol fundamental de las relaciones humanas para crear proyectos y arte, la emoción ante una improvisación, un solo, un featuring, la poesía de una lírica, el alma de una sala de conciertos, el canto del público…
Si no reaccionamos, la música arriesga a reducirse en un negocio y perder su esencia. Como pasa con la salud y los servicios básicos, creer que el arte debe ser un negocio rentable es un error garrafal.
Otros accesos
“No me rendiré” cantaban Janio y Eka en una canción de Sidestepper. Pero tampoco darse contra el muro. De nada sirve ir en contra la maquinaria del music business, donde confluyen el éxito de artistas populares y urbanos, intereses económicos de empresas grandes, lastimosamente con los efectos nocivos de alianzas políticas, prácticas mafiosas y corrupción. Tampoco desgastarse con un gobierno o un ministerio que hacen lo que pueden y sobre todo lo que quieren, con afortunadamente, funcionarios entregados a la causa con programas hacia la población más vulnerable, y otros dedicados a colorearnos.
En serio, es el deber del sector artístico encontrar la manera de proteger no solo la creación, la transmisión del saber, la perennidad de prácticas culturales, la diversidad de sus poblaciones y lenguas, sino también el tejido económico social de un sector que se ha levantado en las dos últimas décadas.
Deben encontrarse otras vías
Es alentador ver el proceso de unión, las publicaciones, estudios, propuestas desde el sector privado hacia el sector público: se abren nuevas ideas y ejes de soluciones que hay que profundizar pero, de todas maneras el sector cultural tiene que crear las condiciones de su supervivencia, y reinventarse, siendo consciente de una realidad y de cambios que lo afectarán profundamente.
El sector académico debe ser parte de la reflexión y de la solución: la universidad hace parte de circuitos de circulación, formación, producción y puede apoyar el desarrollo de nuevos estatutos, formatos y procesos jurídicos, carreras enfocados en contenidos audiovisuales, manuales de producción, negocios…
El diálogo vertical dentro de la cadena de valor del sector y el diálogo transversal entre los diferentes sectores de la cultura son esenciales, incluso pensando en acciones y propuestas coherentes al nivel del continente latinoamericano. Somos mutuamente dependientes, “soy porque somos”, como dice el manifiesto de la coalición colombiana de músicas independientes.
El turismo cultural
Se habla de turismo cultural, donde Colombia es país piloto, existe un libro blanco al respeto; somos una potencia cultural con una oferta de música de calidad y gran variedad según las regiones
Somos una potencia turística, un sector que tendrá también que entender los cambios hacia una actitud responsable con el medio ambiente. Esta doble característica es una llave del éxito para Colombia, pensando en el desarrollo del consumo interno de música nacional es sus diferentes modos de realización y transmisión.
Nuestra salvación y nuestro valor agregado están en nuestra diversidad, nuestra autenticidad, nuestra identidad, nuestra historia y geografía, además de nuestra gente. No puede ser que otra vez, vayamos a entregar nuestra riqueza, nuestro legítimo derecho al bienestar y a la auto-sostenibilidad, para que otros se lo disfruten.
El rol social de la música
Todo indica que estamos ante un cambio de sociedad, como pasa después de las grandes crisis y guerras. Los maestros y sabios lo saben, solo habría que escucharlos. La historia lo dice. La música ha sido instrumento de expresión, de rebelión a veces, despertando, acompañando nuevas formas de vivir y pensar la vida: justamente estamos en un momento similar: es inevitable y urgente acelerar una revolución ecológica necesaria, primicia a una “nueva sociedad auto-responsable”, proceso para el cual el arte podría ser un gran aliado. Los músicos tienen que jugar su papel.
El rol del periodismo
Tengo muchos amigos en este mundo y sé el nivel de conocimiento y profesionalismo que hay en Colombia, también lamento la pérdida de espacios, columnas, revistas, emisoras para reseñar artistas, agradeciendo los esfuerzos de RTVC, emisoras universitarias y locales por mantener grandes espacios para difusión de otras músicas. Su rol en despertar consciencias, educar a sus audiencias es fundamental.
Mientras a veces duele leer o escuchar a respetables locutores y periodistas, prisioneros de una maquinaria, basa en el negocio, comentando del nuevo tema de tal o tal artista, cuando se trata más de un producto digital, sonoro y tecnológico que de una canción, con su historia y mensaje.
Por favor, no nos olvidemos del talento, de la letra, la interpretación, de la emoción para melómanos descubrir o profundizar sobre influencias y realizaciones de artistas, géneros, instrumentos, apoyando con criterio y solidaridad la visibilidad, promoción y programación de artistas nacionales en toda su diversidad.
El rol de la curaduría
Es la ocasión de crear nuevos conceptos y ciclos de programación, nuevas locaciones y condiciones, en vez de giras largas llegando a line-up muy parecidos de un festival al otro, copiados en unos festivales de referencia en estados unidos, pensar más bien en intercambios bilaterales, incluyendo procesos de creación artística, formación de públicos, encuentros con diásporas, talleres educativos, y conciertos en pequeñas locaciones cuando y donde sea posible.
Es la ocasión de descubrir nuevos talentos, con convocatorias, tutores, cursos, programas de profesionalización, y acompañar su desarrollo para llegar a ser grandes el día de mañana. Es la ocasión de abrir nuevos circuitos pensando notablemente en experiencias de la música para familias y en la búsqueda de bienestar físico y mental.
El gusto y el goce musical
n tiempos de confinamiento, se les recomienda, tal y como se reabre un libro, 'reabrir' sus discos, y usar la web, para enseñarle a sus hijos el maravilloso paisaje musical de Colombia a través de las épocas. El goce musical, propio a cada uno, con su sensibilidad y su sentido crítico, requiere absolutamente el acceso a la diversidad, so pena de quedarnos con una robotización de los gustos y consumos.
TRILOGIA (Entrega III) Sector música en tiempos de crisis.
Cedric David
Director Afropicks, director Cecom Música
Presidente Asociación de Managers y Bookers de América Latina
Gestor y Asesor Cultural
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresen.