Home Opinión Columnas Memorias para apostarle al futuro en las islas
  • Increase font size
  • Default font size
  • Decrease font size
Search

elisleño.com - El diario de San Andrés y Providencia.

JA slide show
 

banner_Welcomw6622.jpg

Memorias para apostarle al futuro en las islas

Correo Imprimir PDF

La imagen puede contener: 1 persona, primer plano y exteriorEn 1943, tras el hundimiento de las goletas sanandresanas Resolute, Roamar y Ruby, al parecer por submarinos alemanes, el gobierno colombiano declaró la guerra a Alemania y entró a participar en la II Guerra Mundial, uno de los conflictos bélicos más grandes de la historia reciente. Si bien para el país esto no tuvo consecuencias demasiado trascendentales, para las islas fue impactante.

A partir de ese momento, el tráfico marítimo cerró, dejando al Archipiélago aislado hasta el final de la guerra, dos años después, en 1945. Con el agravante que la mayor parte de la población masculina en edad productiva se encontraba fuera de las islas, migrantes en diversos lugares de América Central y, principalmente, en el Canal de Panamá y en barcos que comerciaban por la región.

Aunque hasta ese momento las islas habían estado aisladas geográficamente del resto del mundo, difícilmente se podría decir que lo estuvieran en términos sociales y culturales. Las goletas isleñas, así como las de otros lugares cercanos, llevaban más de un siglo conectando al Archipiélago con sus vecinos más cercanos, incluyendo Panamá, Costa Rica, Nicaragua y las Islas Cayman. Llevaban migrantes que trabajaban en puertos, muelles, barcos y plantaciones de la región; y productos alimenticios locales, como coco, gungu (guandú), naranjas, vacas, tortugas y huevos de aves marinas; y traían de regreso algunos productos imposibles de producir localmente, como querosene, harina de trigo y telas. Así como remesas de los migrantes, algo de dinero que permitía pequeños lujos en las pocas tiendas locales, incluyendo aquellos mismos productos que venían en los barcos.

Pero todo esto paró en 1943. Las goletas se quedaron en los puertos y con ellas se quedaron los migrantes, las remesas y los productos, del otro lado del mar. Durante dos años, el comercio externo cesó y, por primera vez en su historia reciente, las islas quedaron literalmente aisladas, no solo en términos geográficos, sino también sociales. En el Archipiélago, permanecieron principalmente mujeres, niños y ancianos, con algunos hombres que por una u otra razón no habían migrado.

Fue una época dura, sin duda; tan dura que contribuiría a que, al final de la década, las islas entraran en una crisis económica severa que conllevaría a la infeliz declaración del Puerto Libre en 1953. Sin embargo, las islas tenían algo a su favor: eran autónomas. La mayor parte de la gente producía comida, en pequeños huertos o cultivos medianos, y había configurado a lo largo de varios siglos de asentamiento, bosques productores de fruta que, en épocas de cosecha, producían más de lo que podía comerse. Muchos también pescaban en los alrededores de las islas, donde abundaban peces y tortugas, e inclusive productos poco apetecidos (en ese entonces) para el consumo humano, como el caracol y la langosta. En todo esto participaban activamente las mujeres que, recordemos, representaban una parte muy importante de la población, así como los niños y los ancianos.

De hecho fueron ellas y ellos, más que nadie, quienes mantuvieron a las islas en esos tiempos difíciles.

Ellas y ellos, y la solidaridad. Para fortuna de los isleños, para ese entonces la sociedad solo había entrado parcialmente a una economía de mercado capitalista. Era precisamente la parte que correspondía a las goletas, los migrantes y los intercambios comerciales. Pero otras formas económicas eran aún más importantes: las de la reciprocidad. Es lo que conocemos como el intercambio. Eso que los mayores recuerdan con nostalgia, cuando yo tenía una yuca y tú un pescado y lo intercambiábamos, para que cada uno pudiera comer pescado con yuca. Esas formas que habían garantizado un mínimo de bienestar, al menos a partir de la abolición de la esclavización en el Archipiélago, y la reconfiguración de una sociedad campesina entre los descendientes de los esclavizados. Porque su papel más importante no era solo garantizar la comida en la mesa, sino mantener un sentido de comunidad, uno donde la única manera como puedo estar bien es si los demás están bien.

Si esto había sido importante hasta 1943, en ese momento se volvió fundamental. Nunca antes los isleños necesitaron tanto de sus redes de reciprocidad y solidaridad como en unas islas aisladas (valga la redundancia) y absolutamente dependientes de sí mismas. Pocos recuerdan lo que fue aquello, pero lo cierto es que, aunque en crisis, las islas sobrevivieron al aislamiento, gracias a su autonomía alimentaria y a sus sistemas de reciprocidad. Esa misma autonomía que el gobierno colombiano, con la condescendencia de muchos isleños, ha intentado destruir, sistemáticamente, durante los últimos setenta años, algo sobre lo que quizá escriba más adelante.

Por supuesto, cuento esta historia, que se compone de las memorias que he recolectado entre algunos que todavía lo recuerdan, y de la cual poco se habla, por sus similitudes con la situación actual, por sus diferencias y, quizá más importante, por sus enseñanzas. Las similitudes, ya las habrán notado, son unas islas aisladas y dependientes de sí mismas. Las diferencias son, entre otras, una población muchísimo mayor y la inseguridad alimentaria, representada en la poca producción local y en la alta dependencia de todo lo que viene de afuera. Las enseñanzas son la importancia de los valores solidarios, de la comunidad y de la autonomía, en todos sus aspectos, y particularmente en el alimentario.

Hoy más que nunca debemos comprender la importancia de lo comunitario y lo local. Hace rato que muchos somos conscientes de la pérdida de los valores comunitarios, pero hasta ahora no parecía ser tan importante, porque el modelo económico en el que nos hemos sumergido nos impide ver más allá de nuestras propias ganancias monetarias e individuales. Algo similar sucede con la inseguridad alimentaria, que hemos visto venir, pero que nunca nos pareció realmente importante, porque otras actividades económicas, particularmente el turismo, nos proveían de dinero para comprar en el supermercado todo lo que no producimos. Y aunque este modelo sea insostenible, tal como le conviene al sistema y al gobierno, para garantizar sus dominios, nunca nos imaginamos que podría verse amenazado. Pero hoy lo está, y la situación, en un espacio limitado como San Andrés, Providencia y Santa Catalina, es una bomba de tiempo.

Frente a esto, es necesario que empecemos a actuar, cada uno desde nuestro pedacito, con lo que sea posible. No podemos quedarnos esperando a que el gobierno nos resuelva la situación; primero, porque las transformaciones que necesitamos de manera urgente no dependen solamente del gobierno; y segundo, porque el gobierno está preocupado en resolver temas muy puntuales frente a la actual coyuntura (demasiado puntuales, diría yo). Debemos cuestionar el sistema en que hemos vivido, al menos hasta hace un mes, y plantearnos como podemos contribuir a que cambie, para mejor. Debemos cuestionar el valor del dinero, que ya vemos que, con el alza de precios y la caída del turismo, cada vez sirve menos, y preguntarnos si realmente lo que necesitamos es más dinero o más solidaridad.

En 1943, el dinero no sirvió para mantener a las islas, porque no pudo llegar, se quedó en los puertos centroamericanos esperando una goleta. Pero lo que sí sirvió, con todas las dificultades, fue la solidaridad, la reciprocidad, la comunidad. Eso que todavía pervive en pescadores y pescadoras artesanales que regalan parte de lo que capturan (algunos dirían que demasiado); en agricultores y agricultoras que no cobran gramos exactos; en vecinos y vecinas que organizan una venta de comida para apoyar a alguien frente a una calamidad. Eso que quizá nos sirva para enfrentar lo que vivimos de la mejor manera posible. 

* Antropóloga, Profesora Universidad Nacional de Colombia, Sede Caribe / Miembro de la Fundación Sea, Land & Culture Old Providence Initiative y la Organización 'R-Youth'.

Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresen.

Última actualización ( Domingo, 19 de Abril de 2020 07:57 )  

Welcome Caribe

Elisleno207-1.jpg

Welcome_213_-_1.jpg

BANNER-LATERAL-WELCOME.jpg

Indicadores Economicos

Translate this page

Síganos en Facebook

Descarga Firefox


CASABLANCA.CUADRADO

RM____EL_ISLEÑO.png

 BANCO_REPUBLICA_ssdadfARCHIVO.jpg

Banner_skechers.jpg

DoIt.jpg

TRASH_BUSTERS.jpg

SOPESA.BANNER.NUEVO01.jpeg

GESA NIFF02