Los problemas del hospital de San Andrés son bien conocidos y por eso se espera una reorganización del servicio de salud cuyos detalles aún no llegan, a pesar de meses de diagnósticos. Las expectativas de cambio generadas por las elecciones esconden tragedias diarias resultado de un esquema que en vez de reducir el sufrimiento y aliviar a pacientes, traen deterioro, dolor y hasta muertes innecesarias.
También obligan a tener presente dónde yacen nuestras prioridades: ¿acaso es más importante gastar millones en un equipo de fútbol o en patrocinar viajes y torneos de equipos de baloncesto que en arreglar la máquina de diálisis o la cámara hiperbárica del hospital?
Primero lo primero. Y lo que formule el nuevo gobierno departamental no puede representar intereses particulares ni puede continuar violando el derecho humano fundamental a una salud digna. Debe alejarse del esquema actual que está más interesado en asegurar ganancias para los operadores del hospital que en cerciorarse de que las necesidades de los isleños se atiendan.
Una niña de 9 años sufrió porque el esquema de manejo del hospital de San Andrés no ha funcionado, en parte porque los beneficiarios de dicho esquema son los intereses políticos y económicos que hacen que el beneficio del paciente se ubique en un segundo plano.
Con ansiedad me bajo del metro de Medellín para visitar a una isleña en ‘exilio hospitalario’ obligado para acompañar a dicha niña –su nieta–, en tratamiento por un voraz cáncer que en el hospital de San Andrés no detectaron. Ni siquiera han entregado resultados de los exámenes practicados a la niña allí el 27 de septiembre del año pasado.
Haber perdido a un hijo de 17 años por cáncer le hizo intuir a la señora Hooker de que algo no estaba bien y de que los antibióticos que le recetaron a la niña no eran suficientes o adecuados para su ojo enfermizo. Con los días era evidente de que algo andaba muy mal. El tumor comenzó a empujar su ojo hacia afuera.
Mi nerviosismo y pavor a todo lo hospitalario se disipó de inmediato por una sonrisa de esas que solo se ven en los isleños, capaces de iluminar toda una cuadra. Entonces me pregunté: ¿cómo es posible que esta abuela pueda sonreír así saliendo de una sesión de quimioterapia de su nieta? Rápidamente se hizo evidente que la paciente inspira a todos a no rendirse y a mantener el espíritu en alto. Sus ganas de vivir obligan a olvidar lo negativo y a concentrarse en el futuro. La conversación rápidamente pasó de salud a temas como la comida isleña, la rareza de que una raizal no hable creole, lo organizada que es la ciudad de Medellín y la excelencia de sus hospitales, a donde van con frecuencia pacientes de las islas.
La salud es un derecho humano pero en las islas han estado jugando con la de muchos y no todos los isleños tenemos oportunidades iguales. Pareciera a veces que un turista accidentado recibe un mejor tratamiento que personas de las islas, que deben lidiar primero con los procedimientos complicados, lentos y a veces negligentes de sus EPS; para luego enfrentarse a las muy serias deficiencias del hospital, que ha bajado mucho de calidad en los últimos años mientras se convertía en una mina de oro para los administradores –asociados a intereses políticos– que no sólo dejaron a las islas en crisis sino al hospital de San Andrés al borde del colapso.
A los isleños usuarios del hospital les ha pasado de todo y por eso se espera con ansias el nuevo plan de administración de salud del que se hablaba desde la campaña electoral. Dicho plan debe garantizar acceso adecuado, optimización del uso de los recursos y mejoría en la calidad de prestación del servicio de salud.
Mientras eso llega, muchos pacientes pasan verdaderas odiseas. Algunos han muerto o se han desmejorado por negligencia o deficiencias. Otros, como aquellos cuya vida depende de una máquina de diálisis, optan por vivir fuera de las islas para mantenerse vivos.
Se debe volver a poner al paciente como prioridad porque el caso de la menor de edad que se tuvo que ir a Medellín mal diagnosticada en las islas, evidencia que algo anda muy mal no sólo por el pésimo manejo de recursos que ya todos conocemos, sino por la calidad del servicio.
Miel de vida
Su nombre es Honey, miel en español, y tiene una sonrisa tan dulce que cualquier sentimiento de angustia o dolor que pueda haber al conocer su agonía, desaparece con solo mirarla.
Fue llevada al hospital de San Andrés en septiembre pasado con un ojo muy legañoso. Le recetaron gotas de gentamicina. Pero a los tres días comenzó a echar sangre por la nariz, que en el hospital diagnosticaron como normal por la inflamación del ojo. Le dijeron a la madre que también podría ser un vasito reventado por dicha inflamación.
Una visita al oftalmóogo activó las alarmas y el instinto de supervivencia de la abuela. El hospital de San Andrés ni siquiera se ha dignado en entregar los resultados, que posiblemente se han perdido o nunca se hicieron bien porque el equipo del TAC está dañado.
El hospital falló por el personal no experimentado que tiende a contratar desde afuera para presuntamente abaratar costos, por las fallas en entregar los resultados y por no poseer un sistema adecuado de acción rápida en caso de necesidad. Su demora pudo haber empeorado la situación de la niña. Lo cierto es que ha alargado su agonía y la de los papás y su abuela.
Sin embargo, a pesar de todo ello, la madre de Honey no muestra resentimiento alguno. Solo piensa en el camino de la recuperación que incluirá quimioterapia y radioterapia por otros 12 meses. Su EPS les ha respaldado en todo lo necesario, pero vivir en Medellín cuesta. La abuela debe volver a San Andrés y trabajar para darles una mano.
La madre de Honey es estoica y realista: ‘uno no espera que nuestros hijos, nietos o familiares se nos mueran por esperar una remisión’ a servicios especiales. Aconseja a los isleños de que ‘si tienes un caso igual o diferente pero ves que tu familiar tiene una situación rara, sácalo de la isla, llévalo donde la salud esté bien’.
De hecho, muchas personas evitan el hospital y se van para el continente a la primera señal de algo que les preocupa. Embarazadas prefieren no dar a luz en las islas.
Pero a veces no hay opción, ya sea por falta de recursos o por lo crítico del diagnóstico. Por eso la situación de Honey muestra claramente las condiciones de vulnerabilidad en la que se encuentran muchos isleños, así como también las facilidades de acceso a la salud dependiendo de las condiciones socioeconómicas de los pacientes.
El caso de Honey y de muchos otros, clama por una reforma urgente del sistema de atención en las islas que parece empeorar a pesar de los miles de millones invertidos. Una reforma total no da espera. Ojalá la demora en un replanteamiento no sea otra mala jugada más que sufre la salud de los isleños que se ha convertido hace tiempo en un juego de azar.