Desapareció como lo hacían todos los hombres zurdos de su familia: un domingo. Poco se supo de su súbita ausencia, se le conocía más por cerrar oscilatoriamente un ojo. Decía tener el extraño propósito de ver todo lo bueno con el ojo derecho, y todo lo malo con el izquierdo, así, por ejemplo, cuando veía a su mujer llorar guiñaba el ojo derecho y cuando la hacía reír invertía la acción.
También era conocido por caminar tres pasos y luego dar un pequeño salto, lo hacía tanto cuando marchaba con la banda en el desfile del día de la patria, como cuando cargaba la imagen de la santa del pueblo en los días de procesión: tres pasos largos, un pequeño salto.
Se sabía de él que le gustaban los pantalones claros hasta los tobillos, tenía según decían las malas lenguas, diez y seis pares de pantalones en casi todos los colores pasteles que existían, todos con un largo estricto hasta el tobillo, para presumir lo que a su juicio era su mayor cualidad, un par de maléolos externos huesudos y bien peludos.
En las mañanas tomaba café de un totumo que heredó de su abuela, lo tomaba con panela y dos astillas de canela que presumía era traídas de la misma India. Pensaba que esas astillas le daban un toque de distinción y elegancia, tanto al totumo como al café, y en consecuencia a el mismo.
Hablaba con un acento distinto cuando se comunicaba con un extranjero, uno que él y solo el interpretaba como otro idioma, en su mente era un poliglota aventajado y aunque nunca había salido más allá de los tres pueblos que quedaban a las afueras, pensaba que conocía el planeta como la palma de su mano, aunque era manco de la derecha.
Era por eso que era zurdo, porque no tenía de otra. Porque con el muñoncito que le había quedado de chico solo podía rascarse la oreja y quitarse el sudor, y el sudor era mucho en ese pueblo de pescadores.
Sin embargo, a pesar de todo, desapareció un domingo como todos los zurdos de su familia, el pueblo creía que se lo habían llevado en la madrugada, tras el rumor de su ‘zurdeza’, ellos se lo llevaron sin hacer muchas preguntas, en esos tiempos desaparecían a todos los zurdos.
*Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresen.