Tuve la fortuna de vivir en el sector de San Luís en la época que ejercía el periodismo en San Andrés y Providencia. Allí me convertí en feligrés del padre José Archbold Archbold.
La misa del domingo, una ceremonia inigualable donde se le rinde culto no sólo a Dios sino al bilingüismo, fue el motivo que me atrajo a su preciosa iglesia y se constituyó por mucho tiempo en el espacio ideal para compartir con los amigos de la cuadra y ventilar los asuntos del cielo y de la tierra.
Ni el más anónimo de los concurrentes a la iglesia María Estrella del mar, ha escapado de la grata atención de este sacerdote incansable cuya familiaridad y sencillez son los referentes más sobresalientes de su agradable personalidad.
Recuerdo con perfecta claridad su particular modo de despedir en la puerta del templo a cada uno de los asistentes al servicio religioso, como si se trataran de sus propios hijos. Una característica tan especial que nunca he visto en otro cura. La cual demuestra su ejemplar condición humana, génesis de la inmensa simpatía y estima general que le tributa el pueblo de su parroquia y el archipiélago completo.
Pero no sólo recuerdo eso. También su carisma y sentido de pertenencia. El padre Archbold nunca ha escatimado esfuerzos ni energía para luchar por el bienestar de los suyos y la preservación del acervo cultural de las Islas.
Muchas veces tuve que entrevistarlo en cumplimiento de mi rutina periodística y sus declaraciones siempre dejaron ver la preocupación profunda por los problemas de la comunidad, que sólo es posible en los hombres de buena voluntad. En virtud de lo anterior, pude descubrir a un ser cargado de sensibilidad social y a un gran líder de las causas de los más necesitados.
La iglesia católica ha de sentirse orgullosa de contar con un hombre así. Un ser humano al que no le interesa lo terrenal en cuanto no sea el mejoramiento de las condiciones de vida de los desamparados.
Lo mismo ha de sentirse la comunidad de San Andrés, Providencia, y Santa Catalina, por haber dado al mundo a una persona cuyo talante y dedicación han servido para enriquecer la historia cotidiana de este paradisiaco territorio. Creo que las islas han aprendido con él a engrandecer su fe hasta convertirla en indestructible y fructífera frente a la adversidad más hostil.
Por estas razones, y otras que no alcanzo a mencionar aquí por falta de espacio, es causa de mucha alegría para todos los colombianos su designación como Capellán del papado.
¡Felicitaciones, Monseñor Archbold!
Nadim Marmolejo Sevilla
COLETILLA: “La intuición es un susurro de Dios”
Erika Vertely.