Black Panther no es una película “intelectual”, por supuesto, ni tampoco tiene las pretensiones del “cine-arte”. Pero sí es un artefacto construido con materiales de primera calidad artística y creativa, que reafirma en su concepción y desarrollo aquella disciplina creativa-estética que hemos dado en llamar “afrofuturismo”.
La película se estrenó el jueves pasado en Colombia y debutó el viernes en Estados Unidos con un éxito gigantesco mientras conforma un especial momento cultural afro-mundial.
Recrea el personaje y la serie de cómic sobre un súper-héroe africano (el primer héroe negro de las historietas) creada por los legendarios Stan Lee y Jack Kirby, dos liberales judíos, en 1966, unos meses antes de la aparición del histórico partido político revolucionario Black Panther Party, fundaciones que no tienen relación entre sí.
Estas fundaciones coinciden en que aparecen en la ebullición del movimiento por los derechos civiles. El cómic de Black Panther era una directa respuesta de estos dos creativos judíos y liberales a los acontecimientos en marcha, que decidieron que era hora de darle un espacio a un héroe negro de historieta.
El desarrollo de la misma durante los siguientes treinta años es una historia diferente en la que el personaje era negro-africano pero casi siempre despojado de contexto cultural o dotado de un marco superficial. Una característica frecuente en todos los artefactos de la cultura pop que pretendían ser “incluyentes”.
Esta película no solo es la primera que tiene al súper-héroe africano y su mundo como protagonistas absolutos, sino también la primera de su clase escrita, producida, musicalizada, dirigida y protagonizada por artistas afroamericanos, afro-británicos y africanos.
El valor de la película no consiste en que sea un desafío absoluto al canon de las películas de cómic atadas a un punto de vista blanco-céntrico, una posibilidad improbable en su condición de producto corporativo de compañías de producción que no son controladas por dinero ni ejecutivos negros, de una parte importante, pero de otra manera porque se atiene a una narración establecida con firmeza y legible en la cultura popular más general. Es obvio que las películas de súper-héroes no son piezas de autor. Un director imprime un sello de estilo, pero no es que sean películas personales.
Su gran valor como propuesta artística, es su perspectiva cultural que desarrolla una poderosa declaración estética y sus implicaciones, determinadas por cierta autonomía definida por el saber hacer y la maestría de sus realizadores en todos los campos de la producción. Pero también por la historia misma del cómic de Black Panther.
A esto se suma desde luego una larga historia de luchas sociales en incansable combate para reclamar una representación cultural en el medio audiovisual y la industria fílmica, que durante más de un siglo se han enriquecido con la pasión cinéfila de las audiencias negras que pagan por el entretenimiento del cine, mientras en el mismo instante denegaban la presentación de su propia imagen o la restringían para controlarla y manipularla a favor de torvos e históricos intereses de dominación y subordinación.
Este problema se ahonda y extiende a medida que se recorre el continente americano, en tanto en América Latina la imagen afro ha sido virtualmente borrada del todo. La gente afro no tiene aquí agencia ni poder de producción de sus propias historias y ni siquiera se acerca a la tradición afronorteamericana de la producción de cine que se hunde en los orígenes mismos del cine estadounidense.
Afronorteamérica nos ha servido todo el tiempo como un espejo de identidades y anhelos. Muchas veces sus héroes son los nuestros, no solo por el fraterno cariño histórico que les tenemos, el sentimiento pan-africano que hace parte de nuestro ADN político-cultural, sino además ante nuestras propias, gravísimas carencias al respecto.
En realidad las dimensiones más interesantes de la historieta aparecieron cuando los escritores negros tomaron el control de su narración, en los últimos 25 años.
Tres escritores son importantes y fundamentales en esta etapa. El pionero, Christopher Priest, el primer escritor y editor negro en un sello de la industria establecida del cómic, en los tempranos y medianos años 90. Reginald Hudlin, insigne productor y director de cine, en los años 2000.
Y Ta-Nehisi Coates, el prestigioso periodista y autor, uno de los críticos culturales afroamericanos más destacados de la actualidad.
-Coates también trajo a la escena a las escritoras Roxane Gay y Yona Harvey.- Toda esta acción provoca la aparición en la escritura de la serie a la laureada escritora de ciencia-ficción nigeriana-estadounidense Nnedi Okorafor.
Estas historias ya las he contado en mi sitio de Facebook desde hace tiempo, pero con gran intensidad en las últimas semanas, mientras se acercaba el estreno de la película.
Así pues que la película de Black Panther se nutre principalmente de esta etapa de control negro de la historieta, aunque no descuidó ni menospreció la historia anterior, personajes como el magnífico villano Erik Killmonger, que en la película se roba la pantalla y el corazón de la audiencia afro, es por ejemplo una creación de un escritor anterior a los mencionados, pero que adquiere su potencia contemporánea tras la revisión operada por una visión afroamericana. Toda la densidad política, de contexto cultural y social de la historia narrada en la película proviene de los cómics producidos por estos maravillosos artistas.
Por supuesto en una película popular como Black Panther nos libramos sin ambages de autores como Quentin Tarantino. Con nuestra película demostramos que no necesitamos la condescendencia de algunas de sus aproximaciones, que en la narración de nuestras historias no es necesario proteger a priori los intereses de la audiencia blanca. Que nuestros héroes de película caminan solos, no precisan de un cruzado blanco ni de un intérprete. Y que incluso todavía con los recursos adecuados ganamos el beneplácito de cualquier audiencia mundial y enriquecemos a una industria que nos ha sacado del juego siempre.
Los afro con frecuencia -y con respecto al cine, que no a otras artes que dominamos en toda su magnificencia, como en la música- tendemos a la ansiedad. Me permito decir. Queremos que una película nuestra sea en un instante todas las películas que no hemos podido hacer, que resuelva todas las inquietudes con respecto a nuestra cultura, que nos brinde respuestas o reafirme aquello más punzante que rodea la totalidad de nuestras vidas. Que mientras es aguda en lo político se refiera sin reservas a casi cada tema y lo ponga en la pantalla.
A veces me parece, que no estamos dispuestos a ser felices con la oportunidad que labra más oportunidades. Exigimos a un solo autor, a un solo equipo de cine que narre todas las historias, como si no tuviéramos gran diversidad de voces y perspectivas dentro de nuestra propia cultura, y como si la película fuera la última que haremos de, por y para nosotros mismos y para compartir con el mundo.
Es por eso que no me voy a poner a deconstruir Black Panther para señalar lo que le hace falta o sobre la ausencia de determinado componente político.
Esta es una hermosa película popular que reafirma lo que hemos sabido siempre, que nuestros artistas son soberbios -no en vano nuestras aproximaciones estéticas dominan la cultura moderna-. Black Panther es un film de excelencia en concepción y ejecución. Crea un espacio para que los espectadores tengan un diálogo significante, sobrio, de cierta profundidad, que aborda asuntos como nuestros traumas generacionales, nuestros conflictuados métodos para la liberación, la relación con nuestra madre tierra África, y la identidad a través de toda la diáspora.
Black Panther, sin proponerse ser un definitivo documento político, reafirma cuanto importan nuestras vidas. Cuán bellas son y cuán hermosos los aportes de la Civilización africana que la prepotencia ha querido borrar de la faz de la tierra.
¡Wakanda Forever!