El sonido del caracol es un símbolo ancestral de muchas culturas. En nuestro archipiélago a pesar de que se ha dejado a un lado, nativo que no tenga uno en su casa aún lo lleva en su imaginación y en sus recuerdos, por muy lejos que esté de su tierra.
Nuestros ancestros, desde la época de la esclavitud, al soplarlo indicaban, por ejemplo, el inicio y la terminación de las jornadas laborales en el campo. Luego en tiempos de libertad, su sonido anunciaba el regreso de los pescadores tras su faena a ofrecer sus productos frescos y abundantes.
Pero el caracol también daba malas noticias… Al escuchar su sonido fúnebre que anunciaba la muerte de un amigo, vecino, conocido o familiar, en la boca de un jinete que daba la vuelta a la isla galopando en su caballo divulgando la hora y el día del funeral.
El sonido del caracol, inclusive, servía tanto para anunciar la llegada de alguna persona importante en barco o hidroavión, como para notificar la salida, despedida o expulsión de personajes que no eran bienvenidos a las islas.
Anteriormente eran utilizados físicamente para retener las puertas que peleaban constantemente con la brisa. También eran objetos de decoración; mi hermana mayor confeccionaba hermosas lámparas que iluminaban nuestras noches oscuras, entrañables, con mucho amor.
Algunas personas las utilizan como talismán. Unos dicen que son buenos otros dicen que traen mala suerte. Para algunos es símbolo de fertilidad, de energía femenina, de protección y de comunicación. El espiral que poseen los caracoles es uno de los símbolos más antiguos utilizados en todo el mundo.
El espiral es la figura del vínculo espiritual del hombre en el universo con Dios. Representa la dinámica de la vida, el movimiento de empezar de adentro y andar despacito o rápido dependiendo de cómo vives, el camino a la ascensión.
En fin… El caracol es una caja de resonancia natural y como mito lo colocamos en nuestro oído para escuchar las voces y los secretos del mar.
¿Qué me dicen hoy las caracolas de la mar? Me asustan sus ruidos, se oyen ladridos de perros y lobos aullar… Llantos y gemidos de ancianos, gritos de niños que no saben a dónde van.
Escucho ejércitos rugir más que el mar embravecido produciendo terror en las noches, pero apenas se asoma la luz del amanecer… desaparecen. Pero, también escucho la voz de Dios que apacigua mis llantos, limpia mis espacios; me hace mirar al cielo y elevar una oración.
God Bless the glorious archipelago of San Andres, Old Providence and Santa Catalina, my home sweet home.